NOCIÓN DE LA
EDUCACIÓN
1. Presupuesto metafísico de la educación
Educación connota una
dimensión fundamental de la vida del hombre; la
educación le permite crear cultura[1];
entonces ésta no es otra que efecto de su actividad proyectiva. La proyección,
modo de ser esencial del hombre, le incita
continuamente para abrir horizonte cultural. La proyección posibilita descubrir al hombre
condiciones intrínsecas en él mismo, las cuales se constituyen
inmediatamente como elementos transcendentes, puesto que van más allá de lo
meramente existente. Estas condiciones son las
que crean culturas. Entonces la proyección, o la capacidad de ir más allá
de los entes, el fundamento esencial de la vocación educadora del hombre. La
transcendencia del hombre o su capacidad de ir más allá de lo meramente
sensitivo o concreto lo denominamos como la manifestación de lo espiritual en
el hombre.
La dimensión espiritual[2],
latente en cada hombre, despierta
indefectiblemente un potencial originario en toda persona, el cual se despliega
fundamentalmente en la creatividad educativa en general. El potencial
originario fundamenta la fuerza de la posibilidad educativa. Por esta misma
razón la educación se manifiesta como fuerza creativa, cuyo reflejo se constata
evidentemente en la cultura, pero no debemos olvidar que ésta, a su vez,
estimula la explotación de aquel potencial intelectivo, que es objetivado
permanentemente en acciones educativas. Por lo tanto, fundamentalmente
hablando, la educación se desprende de la propia naturaleza del hombre, que
permite a éste buscar y cimentar un horizonte cultural a favor de su propia
humanización[3]; en otras palabras, la
potencia educativa abre un “espacio” tanto en el hombre mismo como en el mundo
en donde éste se encuentra y se desenvuelve normalmente en comunión estrecha
con los demás. La tarea de la potencia educativa reside fundamentalmente en el
ejercicio persistente, corajudo, tenaz etc. de espaciar entes (en el
mundo) y erigir condiciones de vida. De este modo, el hombre puede
encarar y dirigir adecuadamente las potencialidades de su propia naturaleza en
pro de la propiedad, o sea de la autenticidad, la cual no es otra que la verdad.
En estas breves líneas no
hacemos otra cosa más que dar una fundamentación metafísica de la dimensión
educativa del hombre. Pues estos presupuestos ontológicos[4]
del hombre nos ayudarán a orientar la búsqueda de nuestro “objeto”, que es el
sentido de la educación. Pienso que, a partir de esto, podemos tratar de sacar
a luz algunas nociones sobre la dimensión educativa del hombre.
2. El sentido propio y
metafórico de la educación
Algunas palabras como el amor,
la libertad, la verdad, la responsabilidad, la idoneidad,
la educación etc., poseen características “íntimas” y “seductoras”,
por un lado; ellas son también “apreciables”, “deseables”, “amables”, por otro
lado; es decir, como si en ellas se reflejasen también de una u otra manera la bondad
del ser, de la cual tenemos tanta noticia por la tradición metafísica. Por
esta razón, quizá estas palabras atrapan la atención del espíritu del hombre.
Pues ellas son sublimes por sus contenidos, y, por ende, suenan también
deleitosamente en los oídos. Ahora bien, nos preguntamos: ¿Por qué la educación
se ubica entre estas palabras sublimes? Tal vez sea así, porque ella ya esté
operando en nosotros tácitamente esa realidad que ella misma es; o mejor
dicho, ella ya esté operando intrínsecamente en nosotros su propia esencia.
Estando así, ¿cuál es la esencia de la educación? ¿Cuáles son sus
condiciones? ¿De qué modo se muestra la constitución educativa en el hombre? ¿Cuáles
son sus condiciones? ¿Qué significa educación y cuáles son sus
componentes?
Si nos
proponemos indagar la esencia de la educación, entonces tenemos que echar manos
de una buena provisión para que podamos hacer honor a su propio contenido, de
lo contrario corremos el riesgo de quedarnos cortos... La palabra “educación”
proviene directamente del sustantivo latino, educatio, nis (cuya raíz se
entronca con el infinitivo latino educere), que propiamente significa criar, es decir,
producir, alimentar, cuidar etc.; pero solo
metafóricamente hablando significa dirigir, instruir, educar.
Mientras que educere en su sentido literal significa sacar afuera,
llevar, conducir[5], pasar, alzar,
levantar; sin embargo, el sentido alegórico, o trasladado a un plano
simbólico, posee el significado de engendrar, producir. De aquí
surge el rico contenido del infinitivo latino educare. Notamos, por un
lado, un elemento diferencial entre el sentido lato de educatio, nis,
que nos remonta al infinitivo castellano criar y la significación
metafórica del infinitivo latino educere, que saca a la luz el
infinitivo castellano engendrar. Poro, ¿Dónde notamos la diferencia?
Pues, bien, criar se emplea con propiedad a los animales irracionales;
puesto que ellos carecen de condiciones para producir cultura. (Hago notar, que
se usa también en relación a los animales racionales finitos en cuanto que
nacen, crecen y mueren, pero solo parcialmente e impropiamente). Por otro lado,
ambas significaciones guardan una estrecha relación, y aquí se vislumbra en
ambos términos una unidad de significación, en cuanto que criar y engendrar
son términos originarios; es decir, ambas palabras delatan una ontogénesis.
3. Educación como educarse
El “educar concebido como educarse” implica sacar a
flote las dimensiones no unilaterales de la educación, sino la necesaria
bilateralidad de la misma. Aquí, hay que poner la atención no sobre el factor
humano o no humano que cumple la función educativa, sino, más bien, mirar en
las condiciones del educando en cuanto tal. Pues estamos convencidos que la
tarea propiamente educativa depende muchísimo del educando ante que del
educador, aunque éste juega también un papel importante en cuanto orientador y
animador. Por esta razón, subrayamos la importancia de la autoformación.
Pues al enfatizar la función del educador como aquél que crea, da, proporciona
al educando condiciones de búsqueda, justamente teníamos muy presente la
situación o realidad del educando en cuanto que él sea capaz de educarse.
Pues no hay que perder de vista también dentro de este proceso educativo la
situación concreta de cada sujeto, es decir, de cada educando. Es necesario
tener presente no solamente la propia individualidad, o sea la persona en cuanto
tal, sino, sobre todo, hay que poner en consideración el contexto
socio-económico y también las aptitudes intelectivas y culturales. Estas
realidades influyen muchísimo en todo proceso educativo. Por lo tanto, la tarea
educativa debe desplegarse en una amplia perspectiva de interdisciplinariedad.
3. La educación como despertar
La educación, entonces, vislumbrada a partir de esta
etimología, se manifiesta como un elemento inherente al hombre, puesto que solo
éste es capaz de crear cultura, y, por
eso, engendra continuamente nuevas posibilidades en él y en el mundo entre los
demás hombres. La educación estimula constantemente al hombre a nacer. Cada
posibilidad educativa induce también necesariamente a un nacimiento diferente,
a un nacimiento originario, es decir un engendrar originario en aras de un
progresivo ser más del hombre, en aras de un devenir constante. La educación,
como potencial engendrador, indica de modo permanente al hombre un horizonte
hacia adonde dirigirse. La educación toma la posición de una fuerza, que
pretende alcanzar una valedera finalidad. Ahora bien, si admitimos la posición
que la educación estimula una proyección trascendental, entonces la educación
abarca en sí misma un esperar. La educación actúa como una fuerza
interna (espiritual) que empuja al hombre a descubrir su función en el mundo e
invita a éste a desplegar un proyecto de vida dirigida hacia un progresivo ser
más. Esto significa que el hombre intuye en sí y en los demás hombres una sed
de ser más, o sea la educación despierta en el ser mismo del
hombre una llamada a la perfección; quizás por eso la educación
concebida como despertar me es muy sugerente.
El despertar permite ser aplicado adecuadamente,
según mi entender, a la actividad educativa de la persona. El despertar tendría
una aplicación pertinente, aunque alegórica, al proceso educativo del hombre.
Despertar a un soñoliento sugiere muchas cosas; simbólicamente hablando, el
despertar puede significar una realidad que va más allá de un mero abrir los
ojos para estar consciente del entorno. El despertar, empleado como elemento
sustancial de la educación, sugiere un alumbramiento de las potencias
intelectivas y axiológicas dormidas en la interioridad del educando y, por
ende, de cada persona. El alumbramiento exige claridad, luz etc., literalmente
hablando; pero, simbólicamente hablando, el alumbramiento impone
necesariamente, a quién tenga la función de educar, la capacidad
de ayudar al educando para disipar sus propias oscuridades. Crear en torno de
las aptitudes del educando condiciones de más claridad, para que de este modo,
pueda el educando dar a luz sus propios conocimientos; exponer en la luz sus
propias creatividades. Entonces el educador no haría otra cosa más que
introyectar en el educando condiciones de búsqueda. Esto significa sembrar en
el educando condiciones de búsqueda, entonces no se le impone resultado
sea de la laya que sea..., sino se le concede instrumento de búsqueda. El
hombre por la vía de la educación se encuentra dentro de un proyecto, que implica
necesariamente proceso de apertura, o de abrir espacio, tanto hacia sí
mismo (interno, explorar sus potencialidades intelectivas, descubrir los
principios creativos latentes en él) como también hacia fuera (externo,
objetivar, manifestar, producir condiciones y medios) con vista de un mayor
humanización, esto es de perfección.
Por lo tanto, el educador debería preocuparse en
despertar en el educando las ansias de querer ser más, el anhelo de una
continua autosuperación. El despertar denota un paso de un estado nocturno a un
estado diurno, esta realidad llevada al plano de la educación implica un paso
de la ignorancia (que se manifiesta en la carencia de condiciones intrínsecas y
extrínsecas) al saber, el cual posibilita la libertad interior y exterior del
educando, que brinda las posibilidades de abrir camino en vista de un
permanente crecimiento. El despertar visto desde esta perspectiva no es otra
que un modo de espaciar el mundo y abrir proceso de perfeccionamiento.
Despertar significa dejarse atrapar por un horizonte axiológico, que obra como
finalidad de perfección fuera de uno mismo, pero que, al mismo tiempo, actúa
como motor interno que impulsa a anhelar siempre lo más sublime.
El educador, que tenga tino de ser considerado con
tamaña dignidad, debería preocuparse de crear un clima de respeto, de libertad,
responsabilidad entre él y su educando. Puesto que estos valores se basan en el
amor. Por lo tanto, sin amor no se lleva a cabo ninguna acción educativa. La
pretensión de una educación sin respeto, sin una mínima atmósfera de libertad y
de amor; pues en este caso se estaría apenas instruyendo, pero no educando.
Allá donde reina el engreimiento, la obsesión de una autoafirmación -de parte
del “educador”-; pues allá existe inequidad y desagradado. Ahí donde reina la
mediocridad del “educador”, allí el educando pierde tiempo y cosecha frutos
podridos. La mediocridad es enemigo del mismo docente y requete-enemigo del
educando, porque le resta posibilidad en su proceso de formación.
El
proceso, que debe recorrer el hombre bajo la guía de la educación, se irá
determinando constantemente en vista de una tendencia a la que denominamos
ansia o anhelo de querer ser más, o simplemente la posibilidad de disipación de
la oscuridad, o sea de la ignorancia.
Concibo la educación -permítanos utilizar aquí una
imagen- como despertar a un soñoliento del estado-de-dormido para
mantenerlo justamente en el estado-de-despierto, esto significa permanecer
erguido[6],
para decidir[7] en cada instante, en
primer lugar, por su propia existencia y, por ende, por los valores, que lo
conducirán hacia la plenitud de su propio ser.
¿Qué implica la educación
en la vida del hombre? ¿Por qué la educación se constituye base y fuente de
progreso? ¿Cuál es tu concepción de educación? ¿Nuestro sistema educativo
(nivel inicial, educación básica y nivel medio) ayuda efectivamente para el
desarrollo de nuestro país? ¿Están formados nuestros jóvenes, que egresan de
las instituciones educativas, para afrontar la vida en toda su manifestación?
¿Cuál es la situación de nuestro Sub-sistema de Educación Superior? ¿Están
cumpliendo con su rol esencial las universidades públicas y privadas? ¿Tratan
de formar íntegramente al hombre?
[1] El hombre es el único animal que es capaz de crear
cultura. La expresión “crear cultura” conlleva una gran riqueza en la vida de
la especie humana. Pues la cultura no es dada al hombre, sino, éste, gracias a
condiciones sublimes inherentes a él, la produce. Entonces la cultura no viene
dada al hombre por naturaleza, pero no hay que perder de vista, que la cultura
supone la naturaleza. Esto quiere decir que la naturaleza se constituye
inmediatamente como condición de posibilidad necesaria para que el hombre pueda
construir y crear culturas. En este sentido la palabra castellana “naturaleza”
hace honor convenientemente a su sentido originario o propio. Pues la filología
nos ayuda a aprehender propiamente la jusiVgriega
como “abrirse”, desabrocharse” “desprenderse”, “despertarse”, etc. Pues
justamente teniendo en cuenta esta concepción griega de la naturaleza podemos
afirmar con certeza que de un modo u otro la naturaleza misma se desprende de
sí continuamente para “objetivarse” o, mejor dicho, para originar el armazón
cultural.
[2] El concepto “espiritual” en este contexto encierra
fundamentalmente tres sentidos, en primer lugar, lo uso en su significación
propia, es decir, en cuanto dimensión o elemento que hay en el hombre y
mediante el cual el hombre es capaz de autoganarse, autotraerse,
autoreplegarse, autoposeerse, autoprehenderse etc. En segundo lugar, y como
consecuencia de esta primera significación, lo “espiritual” mueve al hombre a
una decisión. En este sentido lo “espiritual” implica una “decisionalidad”. En
tercer lugar lo “espiritual” está la condición de posibilidad de la cultura,
puesto que ella se basa sobre lo esencial del hombre, que es la razón.
[3] Doy al término “humanización” en este contexto el
sentido de un proceso. La humanización implica un realizarse constante, un
hacerse continuo; justamente porque ella se realiza dentro de un determinado
proceso, que se despliega hacia una concreta direccionalidad, la cual se
denomina con el concepto de “perfección”.
[4] Hago aquí una pequeña acotación con el fin de evitar
alguna posible confusión conceptual. Cuando utilizo el término “ontológico” no
empleo, como se puede notar evidentemente, en el sentido que lo aplica en
general la metafísica tradicional, o sea con la significación
aristotélico-tomista, sino con él busco indicar nada más que los modos de ser capitales
del hombre; los cuales buscan denotar las características esenciales emergentes
del ser mismo del hombre.
[5] Pues esta significación es la que se basa, en última
instancia, en el infinitivo griego paideuein;
paideuw- de donde resulta: “que se debe
criar, educar, instruir o formar” (Cfr DICCIONARIO GRIEGO-ESPAÑOL, ed,
Sapena, Barcelona, 1999). El cual hace justamente alusión al sentido propio del
infinitivo latino educere.
[6] Esta expresión, aquí como lo empleamos, denota un
determinado estado del hombre, que es el de estar parado, o encontrarse en un
estado-de-levantado, pues el que se encuentra en pie o el que está erguido
posee necesariamente vida, es decir, tiene existencia.
[7] Pues la decisión se constituye como un modo de ser
crucial para el hombre, que existe, ya que el existir lo tienta continuamente a
mantenerse en la periferia de su propio ser, es decir, a fuera de sí mismo.
Ahora bien, si el hombre se descuida de sí mismo, entonces corre el peligro de
mantenerse neta y exclusivamente en la superficie (El permanecer en la
superficie podría tener varias connotaciones, que aquí no podremos
desarrollarlas). He aquí el gran desafío que se presenta al existente –hombre-,
que deberá afrontar con la ayuda de la potencia educativa; la cual deberá
ayudarlo a no perder de vista la direccionlidad de su ser. Esto significa que
en cada momento debe decidir para poseerse a sí mismo, y, por consecuencia,
mantenerse firme en sus convicciones axiológicas.
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