ÉTICA III: LA CONCIENCIA MORAL DEL HOMBRE
La reflexión, que nos ocupa en este capítulo, se
centra sobre la “conciencia moral del hombre”. La conciencia como objeto de
investigación es extenso y muy diversificado, vale decir se la estudia desde
varios campos del saber. Y no es en vano, porque pareciera ser que ese concepto
guardaría una relación directa con ese elemento esencial que hace al hombre
tal. Estando así, no cabe duda que la conciencia juega un rol esencial en el
ámbito de la moralidad y, por consecuencia, en la ética. Nosotros delimitamos
el tema en algunas dimensiones concretas, puesto que somos conscientes no sólo
de la amplitud del tema, sino también de la complejidad del mismo; por eso nos
proponemos seguir los siguientes pasos: 1. Determinar la etimología del término
“conciencia”. 2. Presentar, groso modo, el concepto de “conciencia” desde tres
puntos de vistas: a) Desde el punto de vista filosófico, psicológico y
religioso. 3. Manifestar que la conciencia es la fuente de la moralidad y, por
ende, la razón de ser de la ciencia denominada ética.
I. Etimología
del término “conciencia”
Aparentemente la expresión
conciencia se remonta al sustantivo griego suneidhsiς (sindéresis). Tiene
la significación de “sentimiento íntimo”,
“conciencia”[1]. Esta expresión se traduce al español por
“conciencia” Ahora bien el concepto está compuesto de dos términos: Por un lado
tenemos sun (syn), que es una preposición y significa “con”,
“junto con”, “en compañía de” y, por otro lado, tenemos eidhsiς (eidesis),
que significa “ciencia”, “conocimiento”. De aquí se deduce la traducción latina
“cumscientia” de “suneidhsiς”, o sea con-ciencia o conocimiento. El sentido literal
del concepto conciencia no es otra más que poseer “conocimiento de algo”,
“estar, o encontrarse en conocimiento de algo”. Como dice Santo Tomás de
Aquino: “En efecto, conciencia, en la acepción genuina de la palabra, indica la
relación de un conocimiento con una cosa; pues conciencia equivale a «ciencia con otro»”[2]. Este mismo sentido tiene el sustantivo alemán
“Bewusstsein”, el cual literalmente se traduce por “ser o estar en conocimiento
de…”.
II. El
sentido filosófico de la “conciencia”
En el lenguaje coloquial el concepto “conciencia” se
utiliza de varias formas: Es común escuchar que alguien diga tiene “poca
conciencia de lo que está haciendo”, “esa persona no tiene conciencia o es un
inconsciente”, “esa persona hizo tal cosa conscientemente”. ¿Qué cosa transmite
la gente con esas expresiones? Las personas manifiestan con ellas clara visión
de sus acciones, es decir la persona consabidamente actúa y efectúa determinada
acción. La conciencia, en este sentido, indica entonces conocimiento del acto
que se realiza, pero, quizás, sin medir las consecuencias. Conciencia es para
la gente sinónima de conocimiento.
Creo que estas expresiones de alguna manera u otra
hacen honor a la etimología y, a la vez, tienen relación con la idea originaria
de la conciencia; sin embargo debemos complementar esas ideas, porque la
conciencia no sólo tiene relación con el conocimiento en sí, sino aporta un
elemento esencial a la condición misma del hombre; pues ella es más que un mero
tomar conocimiento de una acción, es más que un mero darse cuenta de…Ella
implica una “relación intrínseca al hombre «interior» o «espiritual»[3]”; puesto
que el hombre gracias, que le es inherente la conciencia, puede juzgarse así
mismo. La conciencia desde el punto de vista filosófico “…trata por lo tanto de
una noción en la cual el aspecto moral –la posibilidad de auto juzgarse- se
relaciona estrictamente con el aspecto teórico, la posibilidad de conocerse de
manera directa e infalible”[4]. Pues
aquí entra como elemento diferenciador el aspecto moral o la capacidad que
posee toda persona de auto-juzgarse. ¿Qué significa auto-juzgarse? Este implica
una reflexión, la cual, a su vez, connota la dimensión interior de las
personas. Cada persona puede auto-retraerse, puesto que tiene la capacidad de
entrar dentro de sí misma. El auto-juzgarse es la manifestación de “algo”, que
nosotros llamamos conciencia, cuya meta es permitir al hombre discernir lo
bueno de lo malo. Este proceso de discernimiento o el acto de juzgamiento se
realiza mediante el conocimiento. Estando así podemos hacer un paralelismo entre
los siguientes conceptos: La conciencia es a la moralidad así como el
conocimiento es a la ética. La conciencia es la fuente de la moralidad,
puesto que ahí aparece lo bueno y lo malo que deben ser asumidos por cada
persona en toda situación. El conocimiento es el medio por el cual se da el
discernimiento de lo bueno y lo malo.
Si bien es cierto, que en la antigüedad griega, se
conocía el término sindéresis, sin embargo no tenía la connotación de la
conciencia moral como lo acabamos de manifestar; sin embargo no cabe duda, que
ese acto de conocer une de cualquier
modo u otro con el alma misma, o sea con la interioridad profunda del hombre.
En este sentido mostraremos algunos pasajes, en los cuales se muestran esa
conexión. Platon, en su obra Teeteto, trae a colación una de las cualidades
fundamentales del pensamiento o del acto de pensar. En el siguiente pasaje
Platón a través de Sócrates expresa su convicción acerca del pensar en sí:
“Soc- Muy bien. Pero, ¿Llamas tú pensar a lo mismo
que yo?
Teet.
-¿A qué llamas tú pensar?
Soc-
Al discurso que el alma tiene consigo misma sobre las cosas que somete a
consideración… A mí, en efecto, me parece que el alma, al pensar, no hace otra
cosa que dialogar y plantearse ella misma las preguntas y las respuestas,
afirmando unas veces y negando otras”[5].
Analizando brevemente el texto,
afirmamos que el alma fundamentalmente conlleva para Platón el concepto de la
misma fuente de vida, pues ella es el principio de toda animación, o
movimiento. “Toda alma es inmortal, aquello que se mueve a sí mismo es inmortal,… Por consiguiente,
solo lo que se mueve a sí mismo… es fuente y principio de movimiento para todo
lo demás que se mueven”[6]. Pero
el alma no sólo es principio de vida, sino también fuente desde donde mana una
realidad así como la conciencia, es decir el alma es también el “espacio” o
“instancia” donde la persona puede hablar consigo misma, es el lugar donde la
persona misma se somete a análisis, tiene la capacidad de dialogar consigo
misma, esto es discernir en su interioridad entre lo positivo y lo negativo, entre
lo bueno y lo malo. En este sentido el alma es también constituida como la
fuente de la moralidad.
Pues siguiendo está misma manera de pensar veamos
ahora el planteamiento de Aristóteles, otro gran filósofo griego, acerca de la
misma cuestión. Aristóteles también se ocupó de este tema y mucho; él también
considera el alma como forma sustancial de la vida humana, por consiguiente,
concuerda en este sentido con su maestro, Platón. Aristóteles conecta tres
dimensiones sustanciales de la vida del hombre en el momento de describir la
fuente de la moralidad. Él dice:
“Las palabras habladas son símbolos o signos de las
afecciones o impresiones del alma; las palabras escritas son signos de las
palabras habladas… Igual que a veces hay en nuestra mente pensamientos que no
van acompañados de verdad o de falsedad, mientras que a veces hay otros que
necesariamente son una u otra cosa de estas, lo mismo ocurre en nuestro
lenguaje, ya que la combinación y la división o separación de las palabras son
esenciales antes de que podamos hablar de verdad y de falsedad”[7].
Lo importante es aquí resaltar la fuente del habla en
sí y, por ende, del lenguaje. Tal fuente es el alma, ésta es el origen del
lenguaje. Obviamente aquí aparecen tres elementos esenciales que se subordinan
uno al otro. A saber: Alma, pensamiento y lenguaje. El lenguaje es una potencia
o capacidad del alma, pero la cuestión es la siguiente: ¿Cómo se produce el
lenguaje? Claro está que el lenguaje se produce en el interior del alma
mediante el intelecto o conocimiento, el cual es capaz de auto-plegarse a sí
mismo y producir, distinguir entre una sentencia o un juicio verdadero o falso,
o sea ese discierne entre lo bueno y lo malo; los cuales son manifestados por
el lenguaje.
Decíamos al inicio que la sindéresis o conciencia
significa conocimiento, co-visión. Santo Tomás de Aquino determina con más
claridad su función.
“Por tanto, se dice que la sindéresis estimula al
bien y censura el mal en cuanto que por los primeros principios procedemos a
investigar y por ellos juzgamos lo averiguado. No cabe duda, por consiguiente,
de que la sindéresis no es una potencia, sino un hábito natural”[8].
Aquí emerge la función central de la sindéresis, pues
ella “estimula al bien y censura el mal”. El bien en cuanto tal es un valor,
pero se determina en una acción. De ahí que, por un lado, una acción es juzgada
como buena o mala. La inteligencia muestra lo bueno y lo malo al hombre y este
escoge, gracias a su libertad, lo uno o lo otro; pero siempre la sindéresis o
conciencia incita al hombre a optar por el bien y evitar el mal. Por otro lado,
la sindéresis o conciencia actúa en el interior del hombre como un censor, es
decir se constituye como juez. Si la acción escogida era buena, entonces la
sindéresis aprueba y produce inmediatamente satisfacción; por el contrario, si
esa era mala, entonces ella juzga con desazón y punición esa acción en el más
recóndito de la interioridad de la persona. Santo Tomás, entonces, ya le da una
connotación bien específica a la sindéresis y lo interpreta como la conciencia
moral. Ahí donde se decide por el bien o el mal. Esta concepción de conciencia
profundiza nuestro actor en el siguiente artículo. Afirma que la conciencia es
un acto, no una potencia, y expone tres aplicaciones principales:
“Una, cuando reconocemos que hicimos o no hicimos una
cosa, según las palabras de la Escritura: «Sabe tu conciencia que
frecuentemente has maldecido a otros»; y en este caso se dice que «atestigua». Otra, cuando, según nuestra
conciencia, juzgamos que una cosa debe o no debe hacerse, y entonces se dice
que la conciencia «incita» o «liga[9]».
La tercera, cuando por la conciencia juzgamos que una cosa ha estado bien o mal
hecha, y entonces «excusa», o «acusa»,
o «remuerde»[10]”.
La conciencia tiene la función de examinar, puesto
que discierne entre un acto bueno o malo realizado, también estimula para
actuar conforme a los buenos hábitos, además origina dolor, tristeza,
incomodidad acerca algunas acciones malas. El remordimiento de conciencia es el
efecto da las acciones deshonestas, injustas, mentirosas, fraudulentos,
indecorosas etc. Como dice Kant dice el malhechor por más que el abogado le
defienda “…no puede de ningún modo
callar al acusador en él”[11] más
aún si ese malhechor se encontraba en
pleno “uso de su libertad”… No hay nada que puede darlo sosiego o “librarlo de
la propia crítica y del reproche que se hace a sí mismo”[12]. Él
hombre lleva dentro de sí un juez, que le acusa o absuelve continuamente.
Husserl ha sido uno de los filósofos, que al inicio
del siglo XX montó todo su andamiaje filosófico sobre el fenómeno de la
conciencia. Es verdad que cuando Husserl considera a la conciencia como
fundamento de su pensamiento filosófico no aprehende a esa como una conciencia
moral; sin embargo, sin duda alguna, ella también es la base de ésta; puesto
que toda experiencia sea cual sea su origen necesariamente pasa por la
conciencia: La conciencia es “el eterno flujo heracliteneano de fenómenos”[13]. Las
expresiones “flujo y heracliteneano” representan una redundancia, por un lado,
pero una aseveración, por otro, de la convicción filosófica de Husser. ¿Qué
significan esas palabras? El Strom, que se traduce por la palabra
flujo, se refiere, en primer lugar, a una materia liquida, que tiene la
posibilidad de fluir o escurrirse, y Husserl le utiliza para asignar con él las
Erlebnis
o vivencias; las cuales son efectuadas por La Erfahrung o experiencia.
Las vivencias entonces fluyen como un manantial de aguas dentro de la Bewusstsein[14]
o conciencia. Aquí se produce el conocimiento del mundo o de las realidades en
general. Aplicada esta manera de pensar en el plano moral, pues las acciones
buenas o malas se constituyen en vivencias y, por ende, fluyen por la
conciencia. La conciencia registra esa vivencia como satisfactoria o insatisfactoria.
Husserl sigue la perspectiva kantiana en este plano moral y admite una voz, que
señala al hombre las buenas y más acciones. “La voz de la conciencia, del deber absoluto,
puede exigir de mí lo que en la comparación de valores en modo alguno reco-nocería como lo mejor”[15].
II. Conciencia moral en el ámbito
psicológico
El concepto “conciencia”
desde el punto de vista psicológico apunta hacia una significación bien
precisa, pues ella caracteriza a la persona cuerda, o sea sensata y no loca o
chiflada; a la persona despierta, o sea que está vigilante y no dormida o
somnolienta; es aquella persona que tiene posesión de sí misma o dominio sobre
sí misma. He aquí una definición bien
precisa, pues conciencia es “darnos cuenta de nosotros mismos y del mundo que
nos rodea”[16]. La expresión clave de esta definición recae sobre la
“darnos cuenta”. ¿Cómo uno se da cuenta de sí mimo y del mundo? Pues el único
instrumento o medio que nos hace caer en la cuenta de nosotros mismos y de los
que nos rodean no puede ser otra más que el acto intelectivo. Esta definición
de conciencia no está absolutamente lejos de nuestra perspectiva anterior.
“Conciencia en psicología
–expresa- modo de existencia peculiar en el que existen vivencias, procesos
psíquicos que son experimentados inmediatamente por el sujeto, como
percepciones, recuerdos, pensamientos, sentimientos, deseos, procesos de
voluntad, etc.”[17].
La conciencia en esta descripción trasluce una
dimensión fundamental de la persona. Ésta tiene que ver con el modo de ser propio
y peculiar de cada persona. El autor en este sentido incluye dentro de la
descripción de conciencia la idea básica del carácter. La “existencia peculiar”
hace alusión al carácter, mientras las “vivencias”, “procesos psíquicos” ete.,
muestran la realidad de actividad interna de la cada persona, que manifiesta la
realidad de la conciencia propiamente dicha.
Entre ésta y la otra definición rescatamos un
elemento común, el cual le inherente a todo hombre, pues nos estamos refiriendo
su capacidad de autorreflexión y autoposesión. Éstas manifiestan el fenómeno de
la conciencia, en el cual se da “la relación del individuo a los principios
morales y a las normas de conducta del grupo social al que pertenece”[18].
Aquí se escoge el hombre así mimo, se examina así mismo y se decide el hombre
por sus las buenas o malas acciones. Aquí el hombre opta por los valores o por
los antivalores, o sea por su humanización.
III. Conciencia moral en el ámbito de lo
religioso
La religión en cuanto tal
implica como el término indica una conexión, o sea una re-ligación del hombre
con un ser sobrenatural (Dios). Esta re-ligación se mantiene conforme a algunos
principios, concepciones y preceptos bien determinados. De ahí entonces emerge
el sistema de moralidad, la cual señala y estimula la vida de los adherentes de
esa determinada religión. Nosotros mostraremos brevemente algunos elementos
básicos del sistema de la religión cristiana, puesto que ésta es la que influye
en nuestra cultura occidental y, por ende, paraguaya.
La religión cristiana tiene su raíz en la religión
judía. Es necesario partir de la concepción judía del hombre a los efectos de
aproximarnos a nuestro tema: la conciencia moral. Sabemos que Dios creo de la
nada cuanto existe, esto es el mundo y el hombre. Leemos en el primer capítulo
de la Biblia: “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…”[19].
Aquí radica la dignidad de la persona, pues cada persona está hecha a “imagen y
semejanza de Dios”, por lo tanto, cada persona lleva en sí misma algo de Dios;
pues este “algo” no sólo le hace único e irrepetible, sino le da un valor sin
igual. ¿Qué es ese “algo” que posee el hombre y le constituye en imagen y
semejanza de Dios? La respuesta encontramos en el capítulo siguiente del mismo
libro: “…e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser
viviente…”. Con las expresiones “aliento de vida” se indica el elemento
fundamental del hombre, que es su espíritu, por lo tanto, éste elemento es lo
hace que el hombre sea tal, o sea imagen y semejanza de Dios. El espíritu hace
que el hombre sea una criatura extraordinaria dentro de la creación. Pues
ningún ser aparte del hombre posee la dimensión espiritual, pues esta dimensión
implica: Razón, inteligencia, conciencia etc., es decir hace que el hombre lleve
en sí una dimensión transcendente.
A raíz de esta breve concepción antropológica
judeo-cristiana podemos apuntar más concretamente hacia la conciencia moral. Si
bien es cierto que el hombre lleva dentro de sí algo de la misma divinidad, el
espíritu, sin embargo ese elemento no determina su acción; pues por esta razón
en cada comunidad humana sigue habiendo atrocidades, injusticias, sufrimientos,
muertes causados por los hombres (delincuencia, pena de muerte, guerras etc).
El hombre es libre y como tal elige el destino de su existencia, puede optar
por una acción buena o mala. Veamos dos ejemplos: Adan desobedeció a Dios
comiendo la “manzana prohibida”, esa acción es causada por la libertad del
hombre. Caín asesinó a su hermano Abel, pues optó aniquilar a su hermano porque
podía hacerlo, porque era libre. Desde entonces no le abandona la perturbación
de la pregunta: “Caín: ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué tú hiciste con tu hermano?
¿Quién te dio la potestad de aniquilarlo? ¿Cómo usaste tu libertad? He aquí la
lectura judío-cristiano de la conciencia moral; pues el hombre lleva consigo
una culpa originaria, una culpa cometido por nuestros ancestros y esa culpa es
implacable. A esta culpa se llama “pecado original”. El hombre vive bajo la
sombra de este pecado y vive mitigando ese peso con la ayuda de la “gracia”,
del “perdón”, del “amor de Dios”, transmitidos por su Espíritu Santo. La
pregunta capital es: ¿Cómo “algo” así como el mal se introdujo en la historia
del hombre? ¿Qué es el mal? Estas preguntas son importantes plantearlas, aunque
aquí no lo ensayaremos sus respuestas.
Dios se hace escuchar al hombre en lo más profundo de
su ser y desde ahí surge la inquietud interior del hombre, la inquietud de
auto-superarse constantemente, la inquietud de afianzarse siempre más el bien
en su vida y separarse cada día más del mal, que le perjudica.
“Los «principios
universales» de la razón práctica son
revelados al hombre merced a la sentencia de la sindéresis, en la que se funda
todo acto de imperio o resolución particular, como se apoya en los principios
supremos del pensar teórico todo juicio enunciativo singular”[20].
Estos principios universales son los valores, los
cuales son considerados en la cosmovisión cristiana inamovibles, eternos y
absolutos; estos principios son revelados por Dios a la Iglesia por la gracia
del Espíritu Santo y, por consecuencia, a todos los creyentes. Estos principios
son asumidos por la fe. Pero: ¿Dónde se manifiestan o se revelan esos
principios? En la sindéresis o conciencia, que hace ver el bien y el mal a cada
persona. Esta misma postura asume el siguiente documento de la Iglesia:
“En lo más profundo de su conciencia descubre el
hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual
debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su
corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el
mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios
en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual
será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el
sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz
resuena en el recinto más íntimo de aquella”[21].
La concepción
antropológica para esta reflexión, como
se puede percibir en el desarrollo de este trabajo, aboga por la existencia o
realidad de una conciencia o sindéresis en el hombre, que le muestra los
valores, que debe asimilar, asumir y determinar en su vida. La determinación
positiva de los dictámenes de la conciencia moral es la que definitivamente
humaniza al hombre y fomenta una sociedad libre, veraz, respetuosa, justa,
honesta etc. Quiero culminar esta reflexión con las siguientes cuestiones
colocadas por Adela Cortina: “La tradicional pregunta «¿es posible situarse más
allá del bien y del mal morales?» se expresaría del siguiente modo, contando
con el factum del lenguaje: ¿es posible concebir la vida cotidiana de un
hombre que renunciara de tal modo a la forma de vida moral, que le resultaran
ininteligibles términos tales como «mentira», «engaño», «injusticia»,
«traición» y tantos otros?”[22].
¡La respuesta le delego a
usted, apreciado/a lector/a!
Prof. Abelardo Montiel
Referencias bibliógraficas
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FCE. México. 1996.
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filosofía. Editorial Gredos. Madrid. 1989.
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Platón. Teeteto. En obras completas. Aguilar. Madrid. 1994.
Platón. Fedro. En obras completas. Aguilar. Madrid. 1994.
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México. 1988.
Santo
Tomás de Aquino. Suma Teológica. III
(2º). BAC. 1959.
[1] Cfr. Griego.
Diccionario Griego-Español.
[2] Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. III (2º). 1 q. 79 a . 13.
[3] Abbagnano, N. Conciencia.
En Diccionario de Filosofía.
[4] Idem.
[5] Platón. Teeteto.
198 e. Descartes en gran medida apunta también hacia la postura de Platón, pues
él afirma: “Por la palabra pensamiento entiendo todo aquello que ocurre en
nosotros de tal manera que tenemos conciencia de ello”. Cfr. Descartes y
Leibniz. Sobre los principios de la
filosofía. P. 32.
[6] Platón. Fedro.
245 b.
[8] Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. III (2º). 1 q. 79 a . 12.
[9] La negrita y cursiva son nuestras, pues colocamos
para resaltar los conceptos.
[10] Idem. 1 q. 79 a . 13.
[11] Kant, E. Críticia
de la Razón Práctica. P. 124.
[12] Idem
[13] Husserl, E. L´idea
Della fenomenologia. P. 79.
[14] La Bewusstsein alemán no es utilizada en el campo
ético como conciencia moral, sino, el concepto acuñado para ésta es Gewissen. Éste concepto lleva la raíz, wissen, que en alemán significa
“conocer” y el prefijo “ge” que denota la compañía o relación de… Entonces el
sentido de Gewissen es igual a la conciencia. Bewusstsein tiene una relación
estrecha con el infinitivo “wissen”, puesto que la raíz “wusst” es el
participio pasado de “wissen”, y “sein” como ya habíamos mencionado antes
significa ser o estar. El prefijo “Be” también denota adhesión a…
[15] …Die Stimme des Gewissens, des absoluten Sollens, kann von mir etwas
fordern, was ich keineswegs als das in der Wertvergleichutn Beste erkennen
würde” (Husserlinana XXVIII, XL. VII). Cfr. Crespo, M. El amor como motivo
ético en la fenomenología de Edmud Husserl. http://www.academia.edu.
Recuperado 20/10/13.
[17] Dorch, F. Conciencia. En Diccionario de Psicología.
[18] Blumenberg, F. J. Kury, H. Conciencia Moral.
[19] Gén. 1. 26.
[20] Pieper, J. Las
virtudes fundamentales. P. 43.
[21] Constitución “Gaudium et spes”. Nº 16.
[22] Cortina, A. Ética Mínima. P. 56.