lunes, 21 de octubre de 2013

ÉTICA III: LA CONCIENCIA MORAL DEL HOMBRE

ÉTICA III: LA CONCIENCIA MORAL DEL HOMBRE

La reflexión, que nos ocupa en este capítulo, se centra sobre la “conciencia moral del hombre”. La conciencia como objeto de investigación es extenso y muy diversificado, vale decir se la estudia desde varios campos del saber. Y no es en vano, porque pareciera ser que ese concepto guardaría una relación directa con ese elemento esencial que hace al hombre tal. Estando así, no cabe duda que la conciencia juega un rol esencial en el ámbito de la moralidad y, por consecuencia, en la ética. Nosotros delimitamos el tema en algunas dimensiones concretas, puesto que somos conscientes no sólo de la amplitud del tema, sino también de la complejidad del mismo; por eso nos proponemos seguir los siguientes pasos: 1. Determinar la etimología del término “conciencia”. 2. Presentar, groso modo, el concepto de “conciencia” desde tres puntos de vistas: a) Desde el punto de vista filosófico, psicológico y religioso. 3. Manifestar que la conciencia es la fuente de la moralidad y, por ende, la razón de ser de la ciencia denominada ética.
           
I. Etimología del término “conciencia”

            Aparentemente la expresión conciencia se remonta al sustantivo griego suneidhsiς (sindéresis). Tiene la significación de “sentimiento íntimo”,  “conciencia”[1].  Esta expresión se traduce al español por “conciencia” Ahora bien el concepto está compuesto de dos términos: Por un lado tenemos sun (syn), que es una preposición y significa “con”, “junto con”, “en compañía de” y, por otro lado, tenemos eidhsiς (eidesis), que significa “ciencia”, “conocimiento”. De aquí se deduce la traducción latina “cumscientia” desuneidhsiς”, o sea con-ciencia o conocimiento. El sentido literal del concepto conciencia no es otra más que poseer “conocimiento de algo”, “estar, o encontrarse en conocimiento de algo”. Como dice Santo Tomás de Aquino: “En efecto, conciencia, en la acepción genuina de la palabra, indica la relación de un conocimiento con una cosa; pues conciencia equivale a «ciencia con otro»”[2]. Este mismo sentido tiene el sustantivo alemán “Bewusstsein”, el cual literalmente se traduce por “ser o estar en conocimiento de…”.

II. El sentido filosófico de la “conciencia”

En el lenguaje coloquial el concepto “conciencia” se utiliza de varias formas: Es común escuchar que alguien diga tiene “poca conciencia de lo que está haciendo”, “esa persona no tiene conciencia o es un inconsciente”, “esa persona hizo tal cosa conscientemente”. ¿Qué cosa transmite la gente con esas expresiones? Las personas manifiestan con ellas clara visión de sus acciones, es decir la persona consabidamente actúa y efectúa determinada acción. La conciencia, en este sentido, indica entonces conocimiento del acto que se realiza, pero, quizás, sin medir las consecuencias. Conciencia es para la gente sinónima de conocimiento.
Creo que estas expresiones de alguna manera u otra hacen honor a la etimología y, a la vez, tienen relación con la idea originaria de la conciencia; sin embargo debemos complementar esas ideas, porque la conciencia no sólo tiene relación con el conocimiento en sí, sino aporta un elemento esencial a la condición misma del hombre; pues ella es más que un mero tomar conocimiento de una acción, es más que un mero darse cuenta de…Ella implica una “relación intrínseca al hombre «interior» o «espiritual»[3]”; puesto que el hombre gracias, que le es inherente la conciencia, puede juzgarse así mismo. La conciencia desde el punto de vista filosófico “…trata por lo tanto de una noción en la cual el aspecto moral –la posibilidad de auto juzgarse- se relaciona estrictamente con el aspecto teórico, la posibilidad de conocerse de manera directa e infalible”[4]. Pues aquí entra como elemento diferenciador el aspecto moral o la capacidad que posee toda persona de auto-juzgarse. ¿Qué significa auto-juzgarse? Este implica una reflexión, la cual, a su vez, connota la dimensión interior de las personas. Cada persona puede auto-retraerse, puesto que tiene la capacidad de entrar dentro de sí misma. El auto-juzgarse es la manifestación de “algo”, que nosotros llamamos conciencia, cuya meta es permitir al hombre discernir lo bueno de lo malo. Este proceso de discernimiento o el acto de juzgamiento se realiza mediante el conocimiento. Estando así podemos hacer un paralelismo entre los siguientes conceptos: La conciencia es a la moralidad así como el conocimiento es a la ética. La conciencia es la fuente de la moralidad, puesto que ahí aparece lo bueno y lo malo que deben ser asumidos por cada persona en toda situación. El conocimiento es el medio por el cual se da el discernimiento de lo bueno y lo malo. 
Si bien es cierto, que en la antigüedad griega, se conocía el término sindéresis, sin embargo no tenía la connotación de la conciencia moral como lo acabamos de manifestar; sin embargo no cabe duda, que ese acto de  conocer une de cualquier modo u otro con el alma misma, o sea con la interioridad profunda del hombre. En este sentido mostraremos algunos pasajes, en los cuales se muestran esa conexión. Platon, en su obra Teeteto, trae a colación una de las cualidades fundamentales del pensamiento o del acto de pensar. En el siguiente pasaje Platón a través de Sócrates expresa su convicción acerca del pensar en sí:

“Soc- Muy bien. Pero, ¿Llamas tú pensar a lo mismo que yo?
Teet. -¿A qué llamas tú pensar?
Soc- Al discurso que el alma tiene consigo misma sobre las cosas que somete a consideración… A mí, en efecto, me parece que el alma, al pensar, no hace otra cosa que dialogar y plantearse ella misma las preguntas y las respuestas, afirmando unas veces y negando otras”[5].

            Analizando brevemente el texto, afirmamos que el alma fundamentalmente conlleva para Platón el concepto de la misma fuente de vida, pues ella es el principio de toda animación, o movimiento. “Toda alma es inmortal, aquello que se  mueve a sí mismo es inmortal,… Por consiguiente, solo lo que se mueve a sí mismo… es fuente y principio de movimiento para todo lo demás que se mueven”[6]. Pero el alma no sólo es principio de vida, sino también fuente desde donde mana una realidad así como la conciencia, es decir el alma es también el “espacio” o “instancia” donde la persona puede hablar consigo misma, es el lugar donde la persona misma se somete a análisis, tiene la capacidad de dialogar consigo misma, esto es discernir en su interioridad entre lo positivo y lo negativo, entre lo bueno y lo malo. En este sentido el alma es también constituida como la fuente de la moralidad.
Pues siguiendo está misma manera de pensar veamos ahora el planteamiento de Aristóteles, otro gran filósofo griego, acerca de la misma cuestión. Aristóteles también se ocupó de este tema y mucho; él también considera el alma como forma sustancial de la vida humana, por consiguiente, concuerda en este sentido con su maestro, Platón. Aristóteles conecta tres dimensiones sustanciales de la vida del hombre en el momento de describir la fuente de la moralidad. Él dice:

“Las palabras habladas son símbolos o signos de las afecciones o impresiones del alma; las palabras escritas son signos de las palabras habladas… Igual que a veces hay en nuestra mente pensamientos que no van acompañados de verdad o de falsedad, mientras que a veces hay otros que necesariamente son una u otra cosa de estas, lo mismo ocurre en nuestro lenguaje, ya que la combinación y la división o separación de las palabras son esenciales antes de que podamos hablar de verdad y de falsedad”[7].

Lo importante es aquí resaltar la fuente del habla en sí y, por ende, del lenguaje. Tal fuente es el alma, ésta es el origen del lenguaje. Obviamente aquí aparecen tres elementos esenciales que se subordinan uno al otro. A saber: Alma, pensamiento y lenguaje. El lenguaje es una potencia o capacidad del alma, pero la cuestión es la siguiente: ¿Cómo se produce el lenguaje? Claro está que el lenguaje se produce en el interior del alma mediante el intelecto o conocimiento, el cual es capaz de auto-plegarse a sí mismo y producir, distinguir entre una sentencia o un juicio verdadero o falso, o sea ese discierne entre lo bueno y lo malo; los cuales son manifestados por el lenguaje.

Decíamos al inicio que la sindéresis o conciencia significa conocimiento, co-visión. Santo Tomás de Aquino determina con más claridad su función.

“Por tanto, se dice que la sindéresis estimula al bien y censura el mal en cuanto que por los primeros principios procedemos a investigar y por ellos juzgamos lo averiguado. No cabe duda, por consiguiente, de que la sindéresis no es una potencia, sino un hábito natural”[8].

Aquí emerge la función central de la sindéresis, pues ella “estimula al bien y censura el mal”. El bien en cuanto tal es un valor, pero se determina en una acción. De ahí que, por un lado, una acción es juzgada como buena o mala. La inteligencia muestra lo bueno y lo malo al hombre y este escoge, gracias a su libertad, lo uno o lo otro; pero siempre la sindéresis o conciencia incita al hombre a optar por el bien y evitar el mal. Por otro lado, la sindéresis o conciencia actúa en el interior del hombre como un censor, es decir se constituye como juez. Si la acción escogida era buena, entonces la sindéresis aprueba y produce inmediatamente satisfacción; por el contrario, si esa era mala, entonces ella juzga con desazón y punición esa acción en el más recóndito de la interioridad de la persona. Santo Tomás, entonces, ya le da una connotación bien específica a la sindéresis y lo interpreta como la conciencia moral. Ahí donde se decide por el bien o el mal. Esta concepción de conciencia profundiza nuestro actor en el siguiente artículo. Afirma que la conciencia es un acto, no una potencia, y expone tres aplicaciones principales:

“Una, cuando reconocemos que hicimos o no hicimos una cosa, según las palabras de la Escritura: «Sabe tu conciencia que frecuentemente has maldecido a otros»; y en este caso se dice que «atestigua». Otra, cuando, según nuestra conciencia, juzgamos que una cosa debe o no debe hacerse, y entonces se dice que la conciencia «incita» o «liga[9]». La tercera, cuando por la conciencia juzgamos que una cosa ha estado bien o mal hecha, y entonces «excusa», o «acusa», o «remuerde»[10]”.

La conciencia tiene la función de examinar, puesto que discierne entre un acto bueno o malo realizado, también estimula para actuar conforme a los buenos hábitos, además origina dolor, tristeza, incomodidad acerca algunas acciones malas. El remordimiento de conciencia es el efecto da las acciones deshonestas, injustas, mentirosas, fraudulentos, indecorosas etc. Como dice Kant dice el malhechor por más que el abogado le defienda  “…no puede de ningún modo callar al acusador en él”[11] más aún si ese malhechor se encontraba  en pleno “uso de su libertad”… No hay nada que puede darlo sosiego o “librarlo de la propia crítica y del reproche que se hace a sí mismo”[12]. Él hombre lleva dentro de sí un juez, que le acusa o absuelve continuamente.
Husserl ha sido uno de los filósofos, que al inicio del siglo XX montó todo su andamiaje filosófico sobre el fenómeno de la conciencia. Es verdad que cuando Husserl considera a la conciencia como fundamento de su pensamiento filosófico no aprehende a esa como una conciencia moral; sin embargo, sin duda alguna, ella también es la base de ésta; puesto que toda experiencia sea cual sea su origen necesariamente pasa por la conciencia: La conciencia es “el eterno flujo heracliteneano de fenómenos”[13]. Las expresiones “flujo y heracliteneano” representan una redundancia, por un lado, pero una aseveración, por otro, de la convicción filosófica de Husser. ¿Qué significan esas palabras? El Strom, que se traduce por la palabra flujo, se refiere, en primer lugar, a una materia liquida, que tiene la posibilidad de fluir o escurrirse, y Husserl le utiliza para asignar con él las Erlebnis o vivencias; las cuales son efectuadas por La Erfahrung o experiencia. Las vivencias entonces fluyen como un manantial de aguas dentro de la Bewusstsein[14] o conciencia. Aquí se produce el conocimiento del mundo o de las realidades en general. Aplicada esta manera de pensar en el plano moral, pues las acciones buenas o malas se constituyen en vivencias y, por ende, fluyen por la conciencia. La conciencia registra esa vivencia como satisfactoria o insatisfactoria. Husserl sigue la perspectiva kantiana en este plano moral y admite una voz, que señala al hombre las buenas y más acciones. “La voz de la conciencia, del deber absoluto, puede exigir de mí lo que en la comparación de valores en modo alguno reco-nocería como lo mejor”[15]. 

            II. Conciencia moral en el ámbito psicológico

El concepto “conciencia” desde el punto de vista psicológico apunta hacia una significación bien precisa, pues ella caracteriza a la persona cuerda, o sea sensata y no loca o chiflada; a la persona despierta, o sea que está vigilante y no dormida o somnolienta; es aquella persona que tiene posesión de sí misma o dominio sobre sí misma.  He aquí una definición bien precisa, pues conciencia es “darnos cuenta de nosotros mismos y del mundo que nos rodea[16]. La expresión clave de esta definición recae sobre la “darnos cuenta”. ¿Cómo uno se da cuenta de sí mimo y del mundo? Pues el único instrumento o medio que nos hace caer en la cuenta de nosotros mismos y de los que nos rodean no puede ser otra más que el acto intelectivo. Esta definición de conciencia no está absolutamente lejos de nuestra perspectiva anterior.

“Conciencia en psicología –expresa- modo de existencia peculiar en el que existen vivencias, procesos psíquicos que son experimentados inmediatamente por el sujeto, como percepciones, recuerdos, pensamientos, sentimientos, deseos, procesos de voluntad, etc.”[17].

La conciencia en esta descripción trasluce una dimensión fundamental de la persona. Ésta tiene que ver con el modo de ser propio y peculiar de cada persona. El autor en este sentido incluye dentro de la descripción de conciencia la idea básica del carácter. La “existencia peculiar” hace alusión al carácter, mientras las “vivencias”, “procesos psíquicos” ete., muestran la realidad de actividad interna de la cada persona, que manifiesta la realidad de la conciencia propiamente dicha.
Entre ésta y la otra definición rescatamos un elemento común, el cual le inherente a todo hombre, pues nos estamos refiriendo su capacidad de autorreflexión y autoposesión. Éstas manifiestan el fenómeno de la conciencia, en el cual se da “la relación del individuo a los principios morales y a las normas de conducta del grupo social al que pertenece”[18]. Aquí se escoge el hombre así mimo, se examina así mismo y se decide el hombre por sus las buenas o malas acciones. Aquí el hombre opta por los valores o por los antivalores, o sea por su humanización.

III. Conciencia moral en el ámbito de lo religioso   

La religión en cuanto tal implica como el término indica una conexión, o sea una re-ligación del hombre con un ser sobrenatural (Dios). Esta re-ligación se mantiene conforme a algunos principios, concepciones y preceptos bien determinados. De ahí entonces emerge el sistema de moralidad, la cual señala y estimula la vida de los adherentes de esa determinada religión. Nosotros mostraremos brevemente algunos elementos básicos del sistema de la religión cristiana, puesto que ésta es la que influye en nuestra cultura occidental y, por ende, paraguaya.
            La religión cristiana tiene su raíz en la religión judía. Es necesario partir de la concepción judía del hombre a los efectos de aproximarnos a nuestro tema: la conciencia moral. Sabemos que Dios creo de la nada cuanto existe, esto es el mundo y el hombre. Leemos en el primer capítulo de la Biblia: “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…”[19]. Aquí radica la dignidad de la persona, pues cada persona está hecha a “imagen y semejanza de Dios”, por lo tanto, cada persona lleva en sí misma algo de Dios; pues este “algo” no sólo le hace único e irrepetible, sino le da un valor sin igual. ¿Qué es ese “algo” que posee el hombre y le constituye en imagen y semejanza de Dios? La respuesta encontramos en el capítulo siguiente del mismo libro: “…e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente…”. Con las expresiones “aliento de vida” se indica el elemento fundamental del hombre, que es su espíritu, por lo tanto, éste elemento es lo hace que el hombre sea tal, o sea imagen y semejanza de Dios. El espíritu hace que el hombre sea una criatura extraordinaria dentro de la creación. Pues ningún ser aparte del hombre posee la dimensión espiritual, pues esta dimensión implica: Razón, inteligencia, conciencia etc., es decir hace que el hombre lleve en sí una dimensión transcendente.
A raíz de esta breve concepción antropológica judeo-cristiana podemos apuntar más concretamente hacia la conciencia moral. Si bien es cierto que el hombre lleva dentro de sí algo de la misma divinidad, el espíritu, sin embargo ese elemento no determina su acción; pues por esta razón en cada comunidad humana sigue habiendo atrocidades, injusticias, sufrimientos, muertes causados por los hombres (delincuencia, pena de muerte, guerras etc). El hombre es libre y como tal elige el destino de su existencia, puede optar por una acción buena o mala. Veamos dos ejemplos: Adan desobedeció a Dios comiendo la “manzana prohibida”, esa acción es causada por la libertad del hombre. Caín asesinó a su hermano Abel, pues optó aniquilar a su hermano porque podía hacerlo, porque era libre. Desde entonces no le abandona la perturbación de la pregunta: “Caín: ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué tú hiciste con tu hermano? ¿Quién te dio la potestad de aniquilarlo? ¿Cómo usaste tu libertad? He aquí la lectura judío-cristiano de la conciencia moral; pues el hombre lleva consigo una culpa originaria, una culpa cometido por nuestros ancestros y esa culpa es implacable. A esta culpa se llama “pecado original”. El hombre vive bajo la sombra de este pecado y vive mitigando ese peso con la ayuda de la “gracia”, del “perdón”, del “amor de Dios”, transmitidos por su Espíritu Santo. La pregunta capital es: ¿Cómo “algo” así como el mal se introdujo en la historia del hombre? ¿Qué es el mal? Estas preguntas son importantes plantearlas, aunque aquí no lo ensayaremos sus respuestas.
Dios se hace escuchar al hombre en lo más profundo de su ser y desde ahí surge la inquietud interior del hombre, la inquietud de auto-superarse constantemente, la inquietud de afianzarse siempre más el bien en su vida y separarse cada día más del mal, que le perjudica.

“Los «principios universales» de la razón práctica son revelados al hombre merced a la sentencia de la sindéresis, en la que se funda todo acto de imperio o resolución particular, como se apoya en los principios supremos del pensar teórico todo juicio enunciativo singular”[20].
   
Estos principios universales son los valores, los cuales son considerados en la cosmovisión cristiana inamovibles, eternos y absolutos; estos principios son revelados por Dios a la Iglesia por la gracia del Espíritu Santo y, por consecuencia, a todos los creyentes. Estos principios son asumidos por la fe. Pero: ¿Dónde se manifiestan o se revelan esos principios? En la sindéresis o conciencia, que hace ver el bien y el mal a cada persona. Esta misma postura asume el siguiente documento de la Iglesia:

“En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella”[21].
La concepción antropológica  para esta reflexión, como se puede percibir en el desarrollo de este trabajo, aboga por la existencia o realidad de una conciencia o sindéresis en el hombre, que le muestra los valores, que debe asimilar, asumir y determinar en su vida. La determinación positiva de los dictámenes de la conciencia moral es la que definitivamente humaniza al hombre y fomenta una sociedad libre, veraz, respetuosa, justa, honesta etc. Quiero culminar esta reflexión con las siguientes cuestiones colocadas por Adela Cortina: “La tradicional pregunta «¿es posible situarse más allá del bien y del mal morales?» se expresaría del siguiente modo, contando con el factum del lenguaje: ¿es posible concebir la vida cotidiana de un hombre que renunciara de tal modo a la forma de vida moral, que le resultaran ininteligibles términos tales como «mentira», «engaño», «injusticia», «traición» y tantos otros?”[22].

¡La respuesta le delego a usted, apreciado/a lector/a!

Prof. Abelardo Montiel

Referencias bibliógraficas
Abbagnano. N. Conciencia. En Diccionario de Filosofía. FCE. México. 1996.
Aristóteles. De la Expresión o interpretación. En Obras Completas. Aguilar. Madrid. 1973.
Biblia de Jerusalén. Desclée De Brouwer. 1976.
Blumenberg, F. J. Kury, H. Conciencia Moral. En Diccionarios rioduero. Madrid1979.
Constitución “Gaudium et spes”. En Documentos del Vaticano II. BAC. Madrid. 1971.
Cortina, A. Ética Minima. Editoriales Tecnos. Madrid. 2000.
Choza, J. Conciencia y Afectividad. Aristóteles, Nietzsche y Freud. Ediciones Universidad de Navarra S. A (EUNSA). Pamplona. 1991.
Descartes y Leibniz. Sobre los principios de la filosofía. Editorial Gredos. Madrid. 1989.
Dorch, F. Conciencia. En Diccionario de Psicología. Herder. Barcelona. 1976.
Griego. Diccionario Griego-Español. Sapena. 1999.
Husserl. E. Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo. Editorial Trotta S.A. Madrid. 2002.
Husserl, E. L´idea Della fenomenologia. Editori Laterza. 1998.
Kant, E. Críticia de la Razón Práctica. Editorial Sígueme. Salamanca. 1949.
Platón. Teeteto. En obras completas. Aguilar. Madrid. 1994.
Platón. Fedro. En obras completas. Aguilar. Madrid. 1994.
Papalia, D. E y Wendkos Olds, S. Psicología. McGraw-Hill. México. 1988.
Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. III (2º). BAC. 1959.





[1] Cfr. Griego. Diccionario Griego-Español. 
[2] Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. III (2º). 1 q. 79 a. 13.
[3] Abbagnano, N. Conciencia. En Diccionario de Filosofía.
[4] Idem.
[5] Platón. Teeteto. 198 e. Descartes en gran medida apunta también hacia la postura de Platón, pues él afirma: “Por la palabra pensamiento entiendo todo aquello que ocurre en nosotros de tal manera que tenemos conciencia de ello”. Cfr. Descartes y Leibniz. Sobre los principios de la filosofía. P. 32.
[6] Platón. Fedro. 245 b.
[7] Aristóteles. De la Expresión o interpretación. 16 a.
[8] Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. III (2º). 1 q. 79 a. 12.
[9] La negrita y cursiva son nuestras, pues colocamos para resaltar los conceptos.
[10] Idem. 1 q. 79 a. 13.
[11] Kant, E. Críticia de la Razón Práctica. P. 124.
[12] Idem
[13] Husserl, E. L´idea Della fenomenologia. P. 79.
[14] La Bewusstsein alemán no es utilizada en el campo ético como conciencia moral, sino, el concepto acuñado para ésta es Gewissen. Éste concepto lleva la raíz, wissen, que en alemán significa “conocer” y el prefijo “ge” que denota la compañía o relación de… Entonces el sentido de Gewissen es igual a la conciencia. Bewusstsein tiene una relación estrecha con el infinitivo “wissen”, puesto que la raíz “wusst” es el participio pasado de “wissen”, y “sein” como ya habíamos mencionado antes significa ser o estar. El prefijo “Be” también denota adhesión a…    
[15] …Die Stimme des Gewissens, des absoluten Sollens, kann von mir etwas fordern, was ich keineswegs als das in der Wertvergleichutn Beste erkennen würde” (Husserlinana XXVIII, XL. VII). Cfr. Crespo, M. El amor como motivo ético en la fenomenología de Edmud Husserl. http://www.academia.edu. Recuperado 20/10/13.
[16] Papalia, D. E y Wendkos Olds, S. Psicología. P. 118.
[17] Dorch, F. Conciencia. En Diccionario de Psicología.
[18] Blumenberg, F. J. Kury, H. Conciencia Moral.
[19] Gén. 1. 26.
[20] Pieper, J. Las virtudes fundamentales. P. 43.
[21] Constitución “Gaudium et spes”. Nº 16.
[22] Cortina, A. Ética Mínima. P. 56.

No hay comentarios:

Publicar un comentario