ÉTICA II: FORMACIÓN DEL
CARÁCTER MORAL
El tema “Formación del
carácter moral”, que nos proponemos abordar en esta sesión, es un tema
desafiante para toda persona; por lo tanto, utilizaremos el método
fenomenológico para traslucir el modo como se presenta esa dimensión esencial
en la vida del hombre. Ahora bien el título de nuestro tema es amplio, por eso
sería conveniente mostrar el sentido de cada término de modo separado para
luego extraer el contenido del mismo en su conjunto.
Posición antropológica
Nosotros
partimos de la siguiente concepción: El hombre es inacabado, esto significa que
el hombre es una potencia continua, vale decir el hombre tiene la capacidad de
ir haciéndose, construyéndose, perfeccionándose permanentemente. En otros
términos la persona no es una realidad
acabada, no es perfecta. Heidegger sostiene en este sentido que el Dasein1
“...por ser en cada caso el Dasein o «ser ahí» esencialmente su posibilidad,
puede este ente en su ser «elegirse» a sí mimo, ganarse, y también perderse, o
no ganarse nunca, o solo «parece ser» que se gana”2.
El hombre es un poder ser continúo, una posibilidad siempre abierta al
porvenir. Por el contrario el término “acabado”
significa aquí como algo “cerrado”, “limitado en sí mismo”, y, por
consecuencia, “imposibilitado”; vale decir «perfecto». Lo perfecto no
necesita que se le agregue nada o se le quite nada, porque ya es
autosuficiente. Ahora bien la cuestión es la siguiente: ¿Hacia adónde el hombre
debe ir desplegando su potencialidad? ¿Hacia adónde debe ir determinándose en
el transcurso de su vida? La respuesta a estas preguntas nos coloca
inmediatamente dentro de la esfera formativa de las personas. Si bien es cierto
que el hombre es protagonista de su propio destino, no obstante esa posibilidad
requiere una buena formación en los principios éticos. Tal formación es la que
mostrará al hombre el horizonte hacía adónde debe dirigir su vida. Debemos
descartar de antemano una posible idea errónea que se pueda instalar a raíz de
la concepción del hombre como ser inacabado; porque esa concepción no tiene
mucho que ver con una especie de anarquía existencial o un absorberse en una
situación momentánea y circunstanciales, esto es sin una proyección espiritual
y trascendental. El hombre es transcendente.
Breve descripción de carácter
La constitución
antropológica del hombre exige cierta estabilidad estructural en su modo de
ser. Sin esta estabilidad él no podría iniciar ningún tipo de proceso en su
vida; pero tampoco podemos hacer caso omiso al devenir constante, que también
se constituye una experiencia patente de la existencia humana. El hombre vive
entre la tensión de lo estable y del cambio, de lo que permanece igual y de lo
que deviene sin cesar. La identidad personal se convertiría en ilusión, si no
hubiera algo en cada persona que permaneciera igual; sin embargo un fulano como
Juan se gestó, nació y se desarrolló como una persona única, irrepetible e
inigualable. Estos atributos hacen que Juan sea Juan hasta su muerte; pues Juan
no es Pedro y nadie en el mundo es igual a él; pero existen rasgos que van
cambiando en Juan, porque ese mismo Juan que nació hace 30 años, actualmente ya
no es igual. Obviamente hubieron muchas cosas que quedaron atrás, o sea muchas
cosas cambiaron en Juan.
Esta breve descripción nos
ayudará a comprender mejor el concepto de carácter. ¿Qué es el carácter y cuál
es su relación con las personas? ¿Se puede formar el carácter o él es algo fijo
y, por lo tanto, es incompatible con la formación?
El concepto “carácter”
proviene de la lengua griega y significa básicamente “marca”. La Real Academia
de la Lengua Española define el carácter como primera acepción así: “Señal o
marca que se imprime, pinta o esculpe en algo”. Estando así el carácter es un
elemento distintivo esencial de cada persona en relación a otra. El carácter
proporciona el rasgo esencial de cada persona, o sea da la identidad
individual. Tal es así que cada persona es gracias a su carácter un ser
singular e irrepetible; en este sentido el carácter se relaciona
sustancialmente con la ADN de cada individuo, por esta razón nadie es igual a
otra persona, ni siquiera los gemelos. Estos por más que tengan mucha semejanza
uno con otro, pues no son iguales. Cada cual tiene su rasgo esencial, que lo
caracteriza del otro. En este sentido traemos a colación la posición de algunos
psicólogos respecto al concepto de carácter. El carácter “es el conjunto de
disposiciones congéniales que forma el esqueleto mental de las personas”3.
¿Qué comentario se merece esta definición? Expresa que el carácter es algo
“congenital”, lo cual significa que es inherente a cada ser humano. Siendo así
podemos aseverar que el carácter es algo fijo y constituye el “esqueleto de la
vida psíquica de las personas”. El carácter de las personas no debe confundirse
con la personalidad, si bien es cierto, según Le Senne y Aguirre, que el
carácter está en la base de la personalidad; pero no se identifica con él; por
que el carácter "es el conjunto o trama de cualidades psíquicas que dan
especificidad al modo de ser de un individuo..."4.
Lo cierto es que el carácter es el elemento distintivo de nuestra personalidad
y, si bien es cierto que ese mantiene la unicidad de la persona, es también
pasible de transformaciones y modificaciones, según el contexto medioambiental.
Por esta razón, pues no es descabellado pensar que el carácter se encuentra en
la base de las costumbres. El hombre es un ser habitual y acostumbrado y, por
consecuencia, es un ser cultural. El hombre crea habito porque justamente le es
inherente algo, que le pertenece invariable; aunque aquí invariable no significa
inmutable, puesto que también el carácter del hombre va asumiendo ciertas
modificaciones en el transcurso del tiempo ante las condiciones
medioambientales. El habito no sólo asienta la costumbre de la persona y, por
consecuencia, de cualquier pueblo, sino también esa costumbre va cimentando la
cultura de ese pueblo. Estando así la ética en cuanto carácter es, por un lado,
inherente al hombre y, por otro lado, está enraizada en la cultura. Con mucha
razón podemos hablar de un carácter ético en cuanto modo de ser y actuar personal
y, a su vez, en cuanto modo de ser y actuar de una nación. Como la
persona tiene su estructura habitual de ser, así también una determinada nación
posee rasgos característicos propios; es decir costumbres y hábitos
particulares, los cuales distinguen una nación de otra; por eso se habla de la
idiosincrasia de un pueblo, vale decir de costumbres típicas específicas, que
no se hallan dentro de otra cultura o no se comparte con otras costumbres. Por
ejemplo: ¿Qué distingue al hombre paraguayo del hombre argentino o brasileño?
Nuestro desafío
es ahora revelar las condiciones antropológicas y psicológicas, que permiten la
posibilidad de la formación del carácter. Ahora, sin embargo, nos planteamos
las siguientes cuestiones: Si el carácter es algo permanente y casi “fijo”,
entonces cómo podemos formarlo. Si la formación lleva consigo el concepto de
cambio o transformación, entonces el carácter para ser cambiado y transformado
necesariamente deberá ser de cualquier modo u otro maleable. Estando así pues
acudimos nuevamente a Dorsch quien manifiesta lo siguiente: “El carácter es al
mismo tiempo una cosa que se ha hecho, que se ha elaborado, y una cosa que se
está haciendo, que se está formando”5.
El carácter, según está definición, es algo maleable, o sea como ya habíamos
mencionado más arriba puede cambiar y mudarse ante el mundo circundante o medio
ambiente. Además esta definición de carácter está estrechamente conectada con
nuestra visión antropológica; ya que se afirma que el “carácter es... una cosa
que se está haciendo, que se está formando”. Nosotros partíamos también de la
convicción, que “el hombre es inacabado”; está abierto a posibilidades. Estando
así aseguramos psicológica y antropológicamente la posibilidad de la formación
continua del carácter de cada hombre. Ahora bien ¿Qué entendemos por formación
de carácter? ¿Qué significa formar? ¿Dónde se forma el hombre? La formación es
un continúo proceso de autosuperación y de autorealización, pero implica
necesariamente una actitud interpersonal. Aristóteles ya sostenía “...que el
hombre es por naturaleza un animal social y que el isocial por naturaleza y no
por azar o es mal hombre o más que hombre, como aquel a quien Homero increpa: «sin
tribu, sin ley, sin hogar»”6.
Siguiendo la idea aristotélica podemos decir que el hombre sin la presencia del
otro, que le hace frente positivamente, se mantiene en su condición animal y
obviamente tiende a desarrollar sus dimensiones bestiales. La condición social
es una realidad edificante para el hombre. Él se forma y, a su vez, forma
interactuando continuamente con otros. Un “yo” se autoafirma a sí mismo ante un
“tú”, y viceversa; pues un “yo” solamente posee y acrecienta experiencia ante
un “tú”, no tiene experiencia ante las cosas u objetos; puesto que el “yo”
tiene un encuentro genuino con un “tú” como ya afirmara Martín Buber. “El tú
llega a mi encuentro. Pero soy yo quien entro en relación directa, inmediata,
con él. Así la relación significa elegir y ser elegido; es un encuentro a la
vez activo y pasivo”7.
Enmanuel Levinas siguiendo a Buber expresa esa relación como sigue: “El deseo
metafísico tiende hacia lo totalmente otro, hacia lo absolutamente otro”8.
Esta expresión de lo “total y absolutamente otro” no tiene otro sentido que la
posición del tú ante un yo, lo cual implica de parte del yo un reconocimiento
radical al otro. Este reconocimiento se debe dar en toda la esfera de las
relaciones; o sea el otro es mi jefe, mi compañero de trabajo, mi amigo, mi
empleado, mi esposo, mi esposa, mis hijos... El otro es el extranjero, el
mendigo, el indígena, el pobre, el indigente. El otro es el rostro ante el cual
el yo se experimenta con una relación reciproca y transcendente. Ese rostro
exige de parte del yo un reconocimiento inneluctable; pues por esta razón el
otro se revela a través del “yo”. Este yo es el que se abre a la experiencia,
reconoce al otro en su total alteridad y lo asume en libertad y fraternidad.
“La razón supone estas singularidades o estas
particularidades, no a título de individuos ofrecidos a la conceptualización o
que se despojan de su singularidad para recobrarse idénticas, sino precisamente
como interlocutores, seres irremplazables, únicos en género, rostros. La
diferencia entre las dos tesis: «La razón crea las relaciones ente el Yo y el
Otro» y «la enseñanza del Yo por el Otro crea la razón» no es puramente
teórica”9.
Estas
reflexiones nos llevan a asumir necesariamente los rasgos dialógicos de cada
hombre, cuya estructura le es inherente e intrínseca. En suma entonces sostenemos
que formación del carácter del hombre es posible, puesto que el carácter es
pasible a los imperativos de la educación y que la educación se da
intersubjetivamente, o sea en el seno de una comunidad primaria y secundaria,
en una sociedad, que busca el bien común.
Ahora bien:
¿Qué tipo de formación conviene al carácter? ¿Qué clase de cambio puede sufrir
el carácter? Nosotros, que estamos tratando de asentar las posibilidades
axiológicas del hombre, pues nos propusimos orientar aquellas posibilidades del
hombre bajo la luz de los valores con vista a construir una sociedad, en cuyo
seno vivan dignamente todas las personas. La formación del carácter debe
apuntar hacia una formación en valores. Los valores son fenómenos o entidades
intangibles, pero asibles o aprehensibles intuitivo-racional-emotivamente.
Podríamos utilizar incluso una metáfora y decir sencillamente que ellos son centellas
de la luz diseminadas por la claridad de la amor, verdad, de la justicia,
de la paz, de la fraternidad, de la igualdad, de la honestidad etc., que
iluminan las oscuridades del interior del hombre o que aplanan su camino
pedregoso en el proceso de su autorrealización con el otro. Los valores no sólo
iluminan el sendero de la vida del hombre, sino, sobre todo, el “valor es todo
lo que permite dar un significado a la existencia humana, todo lo que permite
ser verdaderamente hombre”10.
Esta definición de valor, que nos propone Gevaert, está impregnada a la
experiencia concreta de la vida. El valor hace que el hombre pueda entrar en un
proceso de humanización y este proceso se constituye como horizonte de sentido
y de significado de su existencia. Los valores tienen entonces un poderío
extraordinario sobre la especie humana, puesto que sin ellos: !Qué sería de él!
Podemos imaginarnos: ¿Qué sería el hombre sin el amor, sin la libertad, sin la
verdad?
Reiteramos que
los valores son fenómenos, puesto que de cualquier modo u otro ellos se
manifiestan o se dejan intuir por el hombre; en este sentido están ahí
disponibles para ser asimilados y asumidos por el hombre. ¿Dónde están o se
hallan los valores? Ellos son objetivos, pero, a la vez, subjetivos. Por
ejemplo: la “verdad” es un valor objetivo, porque yo no la poseo, en otros términos
no puedo apropiarme de ella porque me trasciende, está fuera de mi alcance; sin
embargo ella es también subjetivo, puesto que la siento, la percibo como una
necesidad dentro de mí y me impulsa a asirla y apropiarme por lo menos
parcialmente de ella. Cuando siento o percibo, por ejemplo, el deber de actuar
de modo veraz en determinadas circunstancias, ese sentir o percibir emerge de
una conciencia11,
la cual indica a la inteligencia y, por consecuencia, a la voluntad la
intención o el deber de actuar verazmente y actúo consecuentemente, según esa
indicación; entonces la verdad es subjetivo. Surge de mi interioridad.
Fuentes de la formación del carácter
La formación del carácter tiene dos
fuentes: Nosotros aseveramos que el carácter debe ser formado en valores y debe
iniciar esa formación desde la dimensión cognitiva de la cada persona. La
dimensión cognitiva es esencial en la vida. El hombre desea saber, no sólo las
realidades que le circundan, sino, sobre todo, se esmera en penetrar en lo más
recóndito de su propio ser. Aristóteles ya había traslucido esa pretensión del
hombre al afirmar, que “todos los hombres por naturaleza desean saber”12.
El hombre sabe por medio de la razón (inteligencia), que marca las directrices
de la vida. Kant nos dice al respecto: “la razón pura es por sí sola práctica y
da (al hombre) una ley universal que nosotros denominamos la ley moral”13.
La razón es la que origina y origina la ley moral, porque ella ve y discierne a
priori lo bueno y lo malo. Gevaert también se coloca en esta línea al afirmar
“Ahora hay que responder también que existen valores por el hecho de que la
existencia concreta del ego -yo- con los demás en el mundo es un lumen
-razón- que hace aparecer el sentido y los valores”14.
Él afirma que el lumen o la razón es la que hace aparecer los valores, que dan
sentido a la existencia, por lo tanto también pone a la razón como fuente de la
moral y medio a través del cual se captan los valores. Y por último traigo a
colación el preámbulo de la Constitución de la UNESCO, el cual también apunta
hacia esta dirección: “Puesto que las guerras nacen en las mentes de los
hombres, es en las mentes de los hombres que deben erigirse baluartes de paz”. La Constitución de la UNESCO reafirma las
posiciones, que estamos proponiendo en relación a la formación del carácter.
Pues esas afirmaciones son claras y, a su vez, profundas. Estando así es de
radical importancia la aprehensión teórica de los valores; sólo si se tiene
conocimiento de su existencia, de sus manifestaciones, de sus beneficios etc.,
se puede acuñarlos en la vida práctica y asumirlos como estilo de vida. Si no
se cultiva en la mente del hombre desde su concepción el valor de la paz,
entonces tarde o temprano surgirá de la mente de ese hombre todo tipo de
violencia y, por consecuencia, la guerra. El carácter entonces es pasible de
modificación, esto es de formación, ante los valores, vale decir ese puede
sufrir modificaciones al entrar en contacto con ellos y de este modo tanto el
carácter y la voluntad pueden estar guiados por los valores. Esta actitud es la
que efectivamente se espera como resultado.
Otros pensadores afirman
que los valores no se captan a través de la razón o a través de la mente, sino,
más bien, se aprehenden a través de una intuición emocional.
“...el amor y el odio no cuentan entre los actos
cognoscitivos. Amor y odio representan una peculiar manera de comportarse ante
los objetos de valor que, con seguridad, no es una mera función de
conocimiento... Hay en el amor y el odio una evidencia propia que no puede
medirse por la evidencia de la “razón”15.
Es conveniente aclarar, que
Scheler defiende la objetividad de los valores, sin embargo la relación de los
valores con hombre es sugerente. Los valores no se aprehenden meramente por la
razón, tampoco por los sentimientos. La mediación es la intuición, que
tiene que ver en cierta manera con la razón, y lo emocional tiene que
ver con con los sentimientos. Lo importante, que debemos rescatar de Scheler,
es la introducción de lo emotivo como captación de los valores. Esta
interpretación también tiene Wojtyla: “Esta es la llamada experiencia
fenomenológica. El nombre le viene del hecho de que los valores, objeto de tal
experiencia, se manifiestan en el contenido de la vida emocional humana”16.
El amor y el odio se dan...
y se aprehenden no a través de la razón, sino llegan a través de la vida
emocional del hombre. Es importante resaltar en este sentido el rol
preponderante que juega la experiencia en la propuesta scheleriana de la
manifestación de los valores. Sin embargo surge esta duda: ¿Cómo se compagina
la captación intuitiva de los valores, por un lado, y lo emocional y
experimental, por otro lado.
Wojtyla responde
apropiándose de las ideas de Scheler de la siguiente manera:
“La experiencia
fenomenológica debe salvar este escollo. Y lo salva de hecho examinando la
experiencia emocional no separada de su contenido -el valor-, sino junto con el
valor, que constituye el elemento fundamental (en cuanto a contenido) de las
experiencias emocionales humanas”17.
A modo de conclusión
sostenemos que el carácter de las personas pueden ser formado por los valores
y, por consecuencia, los valores pueden modificar la conducta de todo ser
humano, puesto que el hombre tiene la capacidad para asirlo tanto por la razón
como por las emociones. Los valores de cualquier modo u otro influyen en la
vida del hombre y condicionan su modo de ser, crean un estilo de vida maduro,
satisfactorio, integro, en síntesis los valores humanizan, dan sentido a la
existencia y promueven el bienestar de todos.
Lic. Abelardo Montiel
Notas
1Dasein
es un sustantivo alemán, que significa “existencia”. Heidegger acuña este
termino dándole una connotación especial, pues según él el Dasein es el único
ente que le va su propio ser. El Dasein está compuesto de dos expresiones: El
adverbio de lugar “da”, por un lado, que significa “ahí” o “acá” y el infinitivo
“sein”, por otro lado, que se traduce por el infinitivo castellano “ser” o
“estar”. De ahí que algunos traducen el Dasein con el giro “Estar ahí” o “ser
ahí”.
2Heidegger.
Ser y Tiempo. P. 54.
3
Aguirre. Carácter e Inteligencia. P. 12. Vale destacar que el Dr.
Aguirre extrae esta definición de la obra Traité de Caractérologie del
gran psicólogo frances Le Senne y la asume.
4
Dorsch, F. Carácter.
5
Dorsch, F. Carácter.
7
Buber, M. Yo y Tú.
8Levinas,
E. Totalidad e Infinito. P. 57.
9Idem.
P. 263.
10Gevaert,
J. El problema del hombre. P. 189.
11
Pues aquí surge el concepto de conciencia como otro elemento esencial para el
proceso de formación en los valores, que lo desarrollaremos seguidamente en
otro apartado.
13Kant,
E. Crítica de la Razón Práctica. P.
50. “Reine Vernuft ist für sich allein praktisch und gibt (dem Menschen) ein
allgemeines Gesetz, welches wir das Sittensgesetz nennen”.
14Gevaert,
J. El problema del hombre. P. 196.
15Scheler,
M. Esencia y forma de la simpatía. P. 215.
16Wojtyla,
K. Max Scheler y la Ética cristiana. P. 10.
17Idem.
P. 11.
Referencias bibliográficas
Aristóteles. Política.
Centro de Estudios políticos y Constitucionales. Madrid. 1997.
Aristóteles. Metafísica.
Gredos. Madrid. 1998.
Aguirre, J, J. Carácter e
Inteligencia. Distribuidora Montoya, Asunción, 1995.
Buber, M. Yo y Tú. Caparrós Editores. Madrid.
1993.
Dorsch, F. Carácter.
En Diccionario de Psicología. Editorial Herder. Barcelona. 1976.
Gevaert, J. El problema
del hombre. Introducción a la antropología filosófica. Ediciones Sígueme.
Salamanca. 1981.
Heidegger, M. Ser y
Tiempo. FCE. Madrid. 1967.
Kant, E. Crítica de la
Razón Pura. Ediciones Sígueme. Salamanca. 1994.
Levinas, E. Totalidad e
Infinito. Sígueme. Salamanca. 1999.
Morgan, C, T. Introducción
a la Psicología. Mcgraw-Hill. 1978.
Scheler, M. Esencia y
Forma de la Simpatía. Editorial Losada. Buenos Aires. 1942.
no hay una definición concreta de carácter moral
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