domingo, 13 de octubre de 2013

ÉTICA II: FORMACIÓN DEL CARÁCTER MORAL

ÉTICA II: FORMACIÓN DEL CARÁCTER MORAL
El tema “Formación del carácter moral”, que nos proponemos abordar en esta sesión, es un tema desafiante para toda persona; por lo tanto, utilizaremos el método fenomenológico para traslucir el modo como se presenta esa dimensión esencial en la vida del hombre. Ahora bien el título de nuestro tema es amplio, por eso sería conveniente mostrar el sentido de cada término de modo separado para luego extraer el contenido del mismo en su conjunto.

Posición antropológica
Nosotros partimos de la siguiente concepción: El hombre es inacabado, esto significa que el hombre es una potencia continua, vale decir el hombre tiene la capacidad de ir haciéndose, construyéndose, perfeccionándose permanentemente. En otros términos la persona no es una realidad acabada, no es perfecta. Heidegger sostiene en este sentido que el Dasein1 “...por ser en cada caso el Dasein o «ser ahí» esencialmente su posibilidad, puede este ente en su ser «elegirse» a sí mimo, ganarse, y también perderse, o no ganarse nunca, o solo «parece ser» que se gana”2. El hombre es un poder ser continúo, una posibilidad siempre abierta al porvenir. Por el contrario el término “acabado” significa aquí como algo “cerrado”, “limitado en sí mismo”, y, por consecuencia, “imposibilitado”; vale decir «perfecto». Lo perfecto no necesita que se le agregue nada o se le quite nada, porque ya es autosuficiente. Ahora bien la cuestión es la siguiente: ¿Hacia adónde el hombre debe ir desplegando su potencialidad? ¿Hacia adónde debe ir determinándose en el transcurso de su vida? La respuesta a estas preguntas nos coloca inmediatamente dentro de la esfera formativa de las personas. Si bien es cierto que el hombre es protagonista de su propio destino, no obstante esa posibilidad requiere una buena formación en los principios éticos. Tal formación es la que mostrará al hombre el horizonte hacía adónde debe dirigir su vida. Debemos descartar de antemano una posible idea errónea que se pueda instalar a raíz de la concepción del hombre como ser inacabado; porque esa concepción no tiene mucho que ver con una especie de anarquía existencial o un absorberse en una situación momentánea y circunstanciales, esto es sin una proyección espiritual y trascendental. El hombre es transcendente.

            Breve descripción de carácter
La constitución antropológica del hombre exige cierta estabilidad estructural en su modo de ser. Sin esta estabilidad él no podría iniciar ningún tipo de proceso en su vida; pero tampoco podemos hacer caso omiso al devenir constante, que también se constituye una experiencia patente de la existencia humana. El hombre vive entre la tensión de lo estable y del cambio, de lo que permanece igual y de lo que deviene sin cesar. La identidad personal se convertiría en ilusión, si no hubiera algo en cada persona que permaneciera igual; sin embargo un fulano como Juan se gestó, nació y se desarrolló como una persona única, irrepetible e inigualable. Estos atributos hacen que Juan sea Juan hasta su muerte; pues Juan no es Pedro y nadie en el mundo es igual a él; pero existen rasgos que van cambiando en Juan, porque ese mismo Juan que nació hace 30 años, actualmente ya no es igual. Obviamente hubieron muchas cosas que quedaron atrás, o sea muchas cosas cambiaron en Juan.
Esta breve descripción nos ayudará a comprender mejor el concepto de carácter. ¿Qué es el carácter y cuál es su relación con las personas? ¿Se puede formar el carácter o él es algo fijo y, por lo tanto, es incompatible con la formación?
El concepto “carácter” proviene de la lengua griega y significa básicamente “marca”. La Real Academia de la Lengua Española define el carácter como primera acepción así: “Señal o marca que se imprime, pinta o esculpe en algo”. Estando así el carácter es un elemento distintivo esencial de cada persona en relación a otra. El carácter proporciona el rasgo esencial de cada persona, o sea da la identidad individual. Tal es así que cada persona es gracias a su carácter un ser singular e irrepetible; en este sentido el carácter se relaciona sustancialmente con la ADN de cada individuo, por esta razón nadie es igual a otra persona, ni siquiera los gemelos. Estos por más que tengan mucha semejanza uno con otro, pues no son iguales. Cada cual tiene su rasgo esencial, que lo caracteriza del otro. En este sentido traemos a colación la posición de algunos psicólogos respecto al concepto de carácter. El carácter “es el conjunto de disposiciones congéniales que forma el esqueleto mental de las personas”3. ¿Qué comentario se merece esta definición? Expresa que el carácter es algo “congenital”, lo cual significa que es inherente a cada ser humano. Siendo así podemos aseverar que el carácter es algo fijo y constituye el “esqueleto de la vida psíquica de las personas”. El carácter de las personas no debe confundirse con la personalidad, si bien es cierto, según Le Senne y Aguirre, que el carácter está en la base de la personalidad; pero no se identifica con él; por que el carácter "es el conjunto o trama de cualidades psíquicas que dan especificidad al modo de ser de un individuo..."4. Lo cierto es que el carácter es el elemento distintivo de nuestra personalidad y, si bien es cierto que ese mantiene la unicidad de la persona, es también pasible de transformaciones y modificaciones, según el contexto medioambiental. Por esta razón, pues no es descabellado pensar que el carácter se encuentra en la base de las costumbres. El hombre es un ser habitual y acostumbrado y, por consecuencia, es un ser cultural. El hombre crea habito porque justamente le es inherente algo, que le pertenece invariable; aunque aquí invariable no significa inmutable, puesto que también el carácter del hombre va asumiendo ciertas modificaciones en el transcurso del tiempo ante las condiciones medioambientales. El habito no sólo asienta la costumbre de la persona y, por consecuencia, de cualquier pueblo, sino también esa costumbre va cimentando la cultura de ese pueblo. Estando así la ética en cuanto carácter es, por un lado, inherente al hombre y, por otro lado, está enraizada en la cultura. Con mucha razón podemos hablar de un carácter ético en cuanto modo de ser y actuar personal y, a su vez, en cuanto modo de ser y actuar de una nación. Como la persona tiene su estructura habitual de ser, así también una determinada nación posee rasgos característicos propios; es decir costumbres y hábitos particulares, los cuales distinguen una nación de otra; por eso se habla de la idiosincrasia de un pueblo, vale decir de costumbres típicas específicas, que no se hallan dentro de otra cultura o no se comparte con otras costumbres. Por ejemplo: ¿Qué distingue al hombre paraguayo del hombre argentino o brasileño?
Nuestro desafío es ahora revelar las condiciones antropológicas y psicológicas, que permiten la posibilidad de la formación del carácter. Ahora, sin embargo, nos planteamos las siguientes cuestiones: Si el carácter es algo permanente y casi “fijo”, entonces cómo podemos formarlo. Si la formación lleva consigo el concepto de cambio o transformación, entonces el carácter para ser cambiado y transformado necesariamente deberá ser de cualquier modo u otro maleable. Estando así pues acudimos nuevamente a Dorsch quien manifiesta lo siguiente: “El carácter es al mismo tiempo una cosa que se ha hecho, que se ha elaborado, y una cosa que se está haciendo, que se está formando”5. El carácter, según está definición, es algo maleable, o sea como ya habíamos mencionado más arriba puede cambiar y mudarse ante el mundo circundante o medio ambiente. Además esta definición de carácter está estrechamente conectada con nuestra visión antropológica; ya que se afirma que el “carácter es... una cosa que se está haciendo, que se está formando”. Nosotros partíamos también de la convicción, que “el hombre es inacabado”; está abierto a posibilidades. Estando así aseguramos psicológica y antropológicamente la posibilidad de la formación continua del carácter de cada hombre. Ahora bien ¿Qué entendemos por formación de carácter? ¿Qué significa formar? ¿Dónde se forma el hombre? La formación es un continúo proceso de autosuperación y de autorealización, pero implica necesariamente una actitud interpersonal. Aristóteles ya sostenía “...que el hombre es por naturaleza un animal social y que el isocial por naturaleza y no por azar o es mal hombre o más que hombre, como aquel a quien Homero increpa: «sin tribu, sin ley, sin hogar»”6. Siguiendo la idea aristotélica podemos decir que el hombre sin la presencia del otro, que le hace frente positivamente, se mantiene en su condición animal y obviamente tiende a desarrollar sus dimensiones bestiales. La condición social es una realidad edificante para el hombre. Él se forma y, a su vez, forma interactuando continuamente con otros. Un “yo” se autoafirma a sí mismo ante un “tú”, y viceversa; pues un “yo” solamente posee y acrecienta experiencia ante un “tú”, no tiene experiencia ante las cosas u objetos; puesto que el “yo” tiene un encuentro genuino con un “tú” como ya afirmara Martín Buber. “El tú llega a mi encuentro. Pero soy yo quien entro en relación directa, inmediata, con él. Así la relación significa elegir y ser elegido; es un encuentro a la vez activo y pasivo”7. Enmanuel Levinas siguiendo a Buber expresa esa relación como sigue: “El deseo metafísico tiende hacia lo totalmente otro, hacia lo absolutamente otro”8. Esta expresión de lo “total y absolutamente otro” no tiene otro sentido que la posición del tú ante un yo, lo cual implica de parte del yo un reconocimiento radical al otro. Este reconocimiento se debe dar en toda la esfera de las relaciones; o sea el otro es mi jefe, mi compañero de trabajo, mi amigo, mi empleado, mi esposo, mi esposa, mis hijos... El otro es el extranjero, el mendigo, el indígena, el pobre, el indigente. El otro es el rostro ante el cual el yo se experimenta con una relación reciproca y transcendente. Ese rostro exige de parte del yo un reconocimiento inneluctable; pues por esta razón el otro se revela a través del “yo”. Este yo es el que se abre a la experiencia, reconoce al otro en su total alteridad y lo asume en libertad y fraternidad.

“La razón supone estas singularidades o estas particularidades, no a título de individuos ofrecidos a la conceptualización o que se despojan de su singularidad para recobrarse idénticas, sino precisamente como interlocutores, seres irremplazables, únicos en género, rostros. La diferencia entre las dos tesis: «La razón crea las relaciones ente el Yo y el Otro» y «la enseñanza del Yo por el Otro crea la razón» no es puramente teórica”9.

Estas reflexiones nos llevan a asumir necesariamente los rasgos dialógicos de cada hombre, cuya estructura le es inherente e intrínseca. En suma entonces sostenemos que formación del carácter del hombre es posible, puesto que el carácter es pasible a los imperativos de la educación y que la educación se da intersubjetivamente, o sea en el seno de una comunidad primaria y secundaria, en una sociedad, que busca el bien común.
Ahora bien: ¿Qué tipo de formación conviene al carácter? ¿Qué clase de cambio puede sufrir el carácter? Nosotros, que estamos tratando de asentar las posibilidades axiológicas del hombre, pues nos propusimos orientar aquellas posibilidades del hombre bajo la luz de los valores con vista a construir una sociedad, en cuyo seno vivan dignamente todas las personas. La formación del carácter debe apuntar hacia una formación en valores. Los valores son fenómenos o entidades intangibles, pero asibles o aprehensibles intuitivo-racional-emotivamente. Podríamos utilizar incluso una metáfora y decir sencillamente que ellos son centellas de la luz diseminadas por la claridad de la amor, verdad, de la justicia, de la paz, de la fraternidad, de la igualdad, de la honestidad etc., que iluminan las oscuridades del interior del hombre o que aplanan su camino pedregoso en el proceso de su autorrealización con el otro. Los valores no sólo iluminan el sendero de la vida del hombre, sino, sobre todo, el “valor es todo lo que permite dar un significado a la existencia humana, todo lo que permite ser verdaderamente hombre”10. Esta definición de valor, que nos propone Gevaert, está impregnada a la experiencia concreta de la vida. El valor hace que el hombre pueda entrar en un proceso de humanización y este proceso se constituye como horizonte de sentido y de significado de su existencia. Los valores tienen entonces un poderío extraordinario sobre la especie humana, puesto que sin ellos: !Qué sería de él! Podemos imaginarnos: ¿Qué sería el hombre sin el amor, sin la libertad, sin la verdad?
Reiteramos que los valores son fenómenos, puesto que de cualquier modo u otro ellos se manifiestan o se dejan intuir por el hombre; en este sentido están ahí disponibles para ser asimilados y asumidos por el hombre. ¿Dónde están o se hallan los valores? Ellos son objetivos, pero, a la vez, subjetivos. Por ejemplo: la “verdad” es un valor objetivo, porque yo no la poseo, en otros términos no puedo apropiarme de ella porque me trasciende, está fuera de mi alcance; sin embargo ella es también subjetivo, puesto que la siento, la percibo como una necesidad dentro de mí y me impulsa a asirla y apropiarme por lo menos parcialmente de ella. Cuando siento o percibo, por ejemplo, el deber de actuar de modo veraz en determinadas circunstancias, ese sentir o percibir emerge de una conciencia11, la cual indica a la inteligencia y, por consecuencia, a la voluntad la intención o el deber de actuar verazmente y actúo consecuentemente, según esa indicación; entonces la verdad es subjetivo. Surge de mi interioridad.

            Fuentes de la formación del carácter
           La formación del carácter tiene dos fuentes: Nosotros aseveramos que el carácter debe ser formado en valores y debe iniciar esa formación desde la dimensión cognitiva de la cada persona. La dimensión cognitiva es esencial en la vida. El hombre desea saber, no sólo las realidades que le circundan, sino, sobre todo, se esmera en penetrar en lo más recóndito de su propio ser. Aristóteles ya había traslucido esa pretensión del hombre al afirmar, que “todos los hombres por naturaleza desean saber”12. El hombre sabe por medio de la razón (inteligencia), que marca las directrices de la vida. Kant nos dice al respecto: “la razón pura es por sí sola práctica y da (al hombre) una ley universal que nosotros denominamos la ley moral”13. La razón es la que origina y origina la ley moral, porque ella ve y discierne a priori lo bueno y lo malo. Gevaert también se coloca en esta línea al afirmar “Ahora hay que responder también que existen valores por el hecho de que la existencia concreta del ego -yo- con los demás en el mundo es un lumen -razón- que hace aparecer el sentido y los valores”14. Él afirma que el lumen o la razón es la que hace aparecer los valores, que dan sentido a la existencia, por lo tanto también pone a la razón como fuente de la moral y medio a través del cual se captan los valores. Y por último traigo a colación el preámbulo de la Constitución de la UNESCO, el cual también apunta hacia esta dirección: “Puesto que las guerras nacen en las mentes de los hombres, es en las mentes de los hombres que deben erigirse baluartes de paz”. La Constitución de la UNESCO reafirma las posiciones, que estamos proponiendo en relación a la formación del carácter. Pues esas afirmaciones son claras y, a su vez, profundas. Estando así es de radical importancia la aprehensión teórica de los valores; sólo si se tiene conocimiento de su existencia, de sus manifestaciones, de sus beneficios etc., se puede acuñarlos en la vida práctica y asumirlos como estilo de vida. Si no se cultiva en la mente del hombre desde su concepción el valor de la paz, entonces tarde o temprano surgirá de la mente de ese hombre todo tipo de violencia y, por consecuencia, la guerra. El carácter entonces es pasible de modificación, esto es de formación, ante los valores, vale decir ese puede sufrir modificaciones al entrar en contacto con ellos y de este modo tanto el carácter y la voluntad pueden estar guiados por los valores. Esta actitud es la que efectivamente se espera como resultado.
Otros pensadores afirman que los valores no se captan a través de la razón o a través de la mente, sino, más bien, se aprehenden a través de una intuición emocional.

“...el amor y el odio no cuentan entre los actos cognoscitivos. Amor y odio representan una peculiar manera de comportarse ante los objetos de valor que, con seguridad, no es una mera función de conocimiento... Hay en el amor y el odio una evidencia propia que no puede medirse por la evidencia de la “razón”15.

Es conveniente aclarar, que Scheler defiende la objetividad de los valores, sin embargo la relación de los valores con hombre es sugerente. Los valores no se aprehenden meramente por la razón, tampoco por los sentimientos. La mediación es la intuición, que tiene que ver en cierta manera con la razón, y lo emocional tiene que ver con con los sentimientos. Lo importante, que debemos rescatar de Scheler, es la introducción de lo emotivo como captación de los valores. Esta interpretación también tiene Wojtyla: “Esta es la llamada experiencia fenomenológica. El nombre le viene del hecho de que los valores, objeto de tal experiencia, se manifiestan en el contenido de la vida emocional humana”16.
El amor y el odio se dan... y se aprehenden no a través de la razón, sino llegan a través de la vida emocional del hombre. Es importante resaltar en este sentido el rol preponderante que juega la experiencia en la propuesta scheleriana de la manifestación de los valores. Sin embargo surge esta duda: ¿Cómo se compagina la captación intuitiva de los valores, por un lado, y lo emocional y experimental, por otro lado.
Wojtyla responde apropiándose de las ideas de Scheler de la siguiente manera:

“La experiencia fenomenológica debe salvar este escollo. Y lo salva de hecho examinando la experiencia emocional no separada de su contenido -el valor-, sino junto con el valor, que constituye el elemento fundamental (en cuanto a contenido) de las experiencias emocionales humanas”17.

A modo de conclusión sostenemos que el carácter de las personas pueden ser formado por los valores y, por consecuencia, los valores pueden modificar la conducta de todo ser humano, puesto que el hombre tiene la capacidad para asirlo tanto por la razón como por las emociones. Los valores de cualquier modo u otro influyen en la vida del hombre y condicionan su modo de ser, crean un estilo de vida maduro, satisfactorio, integro, en síntesis los valores humanizan, dan sentido a la existencia y promueven el bienestar de todos.

Lic. Abelardo Montiel

Notas
1Dasein es un sustantivo alemán, que significa “existencia”. Heidegger acuña este termino dándole una connotación especial, pues según él el Dasein es el único ente que le va su propio ser. El Dasein está compuesto de dos expresiones: El adverbio de lugar “da”, por un lado, que significa “ahí” o “acá” y el infinitivo “sein”, por otro lado, que se traduce por el infinitivo castellano “ser” o “estar”. De ahí que algunos traducen el Dasein con el giro “Estar ahí” o “ser ahí”.
2Heidegger. Ser y Tiempo. P. 54.
3 Aguirre. Carácter e Inteligencia. P. 12. Vale destacar que el Dr. Aguirre extrae esta definición de la obra Traité de Caractérologie del gran psicólogo frances Le Senne y la asume.
4 Dorsch, F. Carácter.
5 Dorsch, F. Carácter.
6 Aristóteles. Política. 1253a. Kai oti anqropoò fusiò politikon zwon.  
7 Buber, M. Yo y Tú.
8Levinas, E. Totalidad e Infinito. P. 57.
9Idem. P. 263.
10Gevaert, J. El problema del hombre. P. 189.
11 Pues aquí surge el concepto de conciencia como otro elemento esencial para el proceso de formación en los valores, que lo desarrollaremos seguidamente en otro apartado.
12Aristóteles. Metafísica. 980a. Panteò anqropoi tou eidenai oregontai fusei.
13Kant, E. Crítica de la Razón Práctica. P. 50. “Reine Vernuft ist für sich allein praktisch und gibt (dem Menschen) ein allgemeines Gesetz, welches wir das Sittensgesetz nennen”.
14Gevaert, J. El problema del hombre. P. 196.
15Scheler, M. Esencia y forma de la simpatía. P. 215.
16Wojtyla, K. Max Scheler y la Ética cristiana. P. 10.
17Idem. P. 11.

Referencias bibliográficas
Aristóteles. Política. Centro de Estudios políticos y Constitucionales. Madrid. 1997.
Aristóteles. Metafísica. Gredos. Madrid. 1998.
Aguirre, J, J. Carácter e Inteligencia. Distribuidora Montoya, Asunción, 1995.
Buber, M. Yo y Tú. Caparrós Editores. Madrid. 1993.
Dorsch, F. Carácter. En Diccionario de Psicología. Editorial Herder. Barcelona. 1976.
Gevaert, J. El problema del hombre. Introducción a la antropología filosófica. Ediciones Sígueme. Salamanca. 1981.
Heidegger, M. Ser y Tiempo. FCE. Madrid. 1967.
Kant, E. Crítica de la Razón Pura. Ediciones Sígueme. Salamanca. 1994.
Levinas, E. Totalidad e Infinito. Sígueme. Salamanca. 1999.
Morgan, C, T. Introducción a la Psicología. Mcgraw-Hill. 1978.
Scheler, M. Esencia y Forma de la Simpatía. Editorial Losada. Buenos Aires. 1942.



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